26. 𝙃𝙤𝙪𝙨𝙚 ≠ 𝙝𝙤𝙢𝙚. Parte 2.

425 93 16
                                    

Veintidós de marzo.

Él había tomado la decisión, había cumplido su parte de aquel trato que hicimos y que, por mi parte, había dejado de tener sentido, porque mi madre ya no era un personaje importante en la historia. Pero para él, aquel paso estaba a punto de cerrarle las puertas, de enterrar recuerdos.
Yo iba a hacerlo con él.

Casi simultáneamente, frenamos ante la puerta de una casa cuyas luces estaban apagadas y la campana de la iglesia sonó sistemáticamente, anunciando que eran las doce de la madrugada.

Veintitrés de marzo.

Estarán en casa —le comenté, sabiendo que no sería un problema que él entrara, pero que yo no podría.

Él negó.
—Estos días he estado pensando tanto... que he podido incluso investigar, y la razón por la que he tomado tan rápidamente esta decisión es porque están de viaje. No están, y es el mejor momento para entrar.
—¿Cómo te has enterado? —susurré entre el escaso ruido nocturno de los insectos vivos y no vivos.
—Desde que su hijo adoptivo desapareció y apareció muerto en el lago de un bosque, se habla mucho de ellos por el pueblo —dijo—. Esta no es mi primera casa ni tampoco la de mi familia original, pero es donde residen los pocos recuerdos que quedan de mi vida.

Entremos.

Sentía incluso más necesidad que él de hallar esos recuerdos, porque una parte de mí se encontraba emocionada por sentir el tacto de objetos que tocó él con sus manos humanas cuando estaba vivo. Porque, al fin y al cabo, era el chico que me contó la leyenda de la mariposa azul, el chico que participaba en la continuación de mi propia leyenda, el chico que sanó mis heridas, mi sabio fantasma, del que estaba enamorada. El chico que me acompañaba para que alzara el vuelo, cuyas palabras eran como un efecto mariposa en mí.

Sunghoon atravesó con su cuerpo fantasmagórico la puerta principal y la abrió desde dentro, permitiéndome una entrada sutil.

En ese momento, cuando pisé el suelo de aquella casa en la que fui consciente de que el cuerpo real de Sunghoon había vivido, imaginé que iba a sentir, llorar, emocionarme y reír. Pero no supe hasta qué punto aquello le iba a añadir sentido y dificultad a una historia totalmente teñida de color azul cielo.

A partir de ese momento todo mi cuerpo cobró vida propia y mi cerebro dejó de tomar acción. Él y yo avanzamos escaleras arriba hacia donde estaba aún su cuarto, cuatro paredes que encerraron tanto para él durante su vida como para mí mi habitación. Y era completamente suya. Sunghoon había vivido allí roto, quebrantado en pedazos irreparables que nunca pudo nadie unir, pero había vivido para él. Esas paredes que lo aislaron del mundo exterior, azuladas como su esencia, vacías y limpias, parecían gritarme recuerdos que ni siquiera sabía si habían ocurrido. Lo imaginaba a él acostado boca arriba en la cama que estaba próxima a una única ventana, pensando y pensando. Lo imaginaba tomando alguna libreta, como por ejemplo una que aún estaba sobre la blanca mesita de noche, y escribiendo en esta sus pensamientos suicidas, sus lamentos por la pérdida de Jungwon, de la que nunca dejaría de culparse. Miré hacia el lado y vi que el hijo adoptado había sido bien recibido por la pena, o eso me comentó —entre pocas más cosas— con la única habitación con cuarto de baño. Y entonces pude seguir dándole rienda suelta a mi imaginación.

Lo ilustré saliendo de aquel lugar con los ojos llorosos, tras haber pasado horas arrodillado en el interior de la bañera, sollozando, lamentándose. También me permití divagar por otros rincones de mi mente y lo dibujé saliendo semidesnudo, con una toalla alrededor de su cintura, totalmente materializado; una persona de carne y hueso. Su azabache cabello húmedo por una ducha, sus ojos rojizos por ese malestar que jamás dejó de tener desde que nació hasta que murió y pasó por tan difíciles momentos. Creí incluso poder sentir por un momento su tacto cuando su espectro posó una mano en mi hombro mientras yo observaba inmóvil el cuarto, ya que en cuestión de segundos le había podido ver vivo con tanta intensidad, pero no fue así: no lo sentí.

Lo vi avanzar y comenzar a tocar con anhelo esas pequeñas partes fundamentales de lo que fue su estancia en aquella casa, sintiéndose un desconocido, un inquilino innecesario. Y yo, con nostalgia por algo en lo que ni siquiera estuve presente, lo acompañé. Fui hasta esa libreta que me había llamado la atención y me di cuenta de que la habitación ni siquiera estaba totalmente ordenada. Sus padres adoptivos habían guardado luto por él de tal manera que todo estaba exactamente igual que cuando murió, tal vez por respeto o por miedo.

Él se alejó a ver otro recuerdo porque aquel pareció atormentarle, pero a mí me ganó la curiosidad por lo que podría haberle hecho huir de aquello, y abrí la libreta, esperando encontrar algo totalmente distinto a lo que vi.
Escritos.
Páginas enteras rellenando aquellas hojas con letras en tinta negra, que cuando comencé a leer, vi que eran sentimientos. Era él expresándose como medio para ahogar las lágrimas, para despejar la mente y focalizar su ansiedad. Era él quejándose de todo lo que le ocurría y le había ocurrido, de un futuro que se imaginaba que no sería prometedor. O, por el contrario, era él hablando sobre la manera en la que sus ganas de morir jamás desaparecieron y pensaba continuamente en querer suicidarse a pesar de saber que era considerado malo.
Pero al irme directamente a las últimas páginas vi cómo hubo un claro avance en su manera de pensar que lo llevó hasta aquel destino. Observé claramente cómo pasaba de lamentarse por la idea de querer morir a asumir que aquello era lo que haría. Los escritos pasaron a ser sus distintas ideas sobre cómo podría morir, o por el contrario, reflexiones un tanto lógicas sobre que aquello era lo único que podía hacer porque sabía que de otra manera nunca podría estar bien. Y dolía. Dolía, sobre todo, ver que en ningún momento se planteó qué habría tras la muerte, porque tan solo deseaba escapar de su realidad sin importarle llegar a otra alternativa.

Sunghoon se paseaba detrás mía en silencio paseando sus ojos por todos y cada uno de los rincones de la habitación. Yo, ya dolida, cerré la libreta de cubierta color obsidiana y me pregunté qué más podría inspeccionar para acercarme un poco más a la versión viva de Sunghoon, aquella con la que apenas compartí unos segundos antes de su muerte; un choque accidental del que ya no recordaba el tacto de su piel, una disculpa por mi torpeza y jamás pude volver a verlo en vida.

Suspiré, y mi mirada se posó en la cama otra vez. Las sábanas eran totalmente blancas, pulcras. La cama no estaba ni siquiera hecha; parecía que nadie había vuelto a pisar esa habitación desde su muerte y habían pasado meses. Tomé asiento en la superficie guardando respeto, sin ni siquiera saber por qué, como si el chico al que le había pertenecido ese cuarto fuera uno totalmente distinto al que tenía conmigo.

Y aún así, en una diminuta parte de mi corazón, crecía la sensación de que ese lugar me pertenecía. De que Sunghoon se había encargado de hacerme sentir con la total libertad de pasearme por él porque también era mío. De que lo compartíamos.

Me veía reflejada en todo aquello, en él. Sentía que, aunque no hubiéramos vivido lo mismo, entendía perfectamente cada sentimiento de su historia.

Él era la cara oculta de mi Luna.

Extrañaba lo que fue su vida aún cuando no compartí nada de tiempo con ella.

Ahí fui más consciente que nunca de que aquella no era una historia la cual tuviera que estresarme, mas sí entristecerme, porque al mirar nuevamente su reflejo después de un extenso paseo por su pasado en vida, me di cuenta más que nunca de que aquella era la manera en la que yo no quería acabar. No aún. No quería ser partícipe de una leyenda que pretendía continuar arrastrándome. Quería ser alguien que afirmara que el destino se podía cambiar.

Había pasado toda mi vida condenada por un poder que siempre me había nublado la vista y me había hecho sufrir, a pesar de presentarme a las mejores personas que conocí jamás.
Y me pasó lo impensable: me enamoré de un fantasma.
Él no existía.
Él era solo un espectro que mis ojos nunca debieron ver, porque dolía.
Pero gracias a eso entendí que para cambiar el destino hay que volverse una mariposa capaz de alzar el vuelo.

...

𝐈 𝐅𝐄𝐋𝐋 𝐈𝐍 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐀 𝐆𝐇𝐎𝐒𝐓 | Park Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora