Capítulo 15

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Meses después

Obito acomodó el sombrero de paja y cerró su ojo, centrándose en el tintineo del cascabel colgante. Era relajante, casi terapéutico después de la forma en que debió humillarse para estar en ese pueblo, a solas. Se escabulló entre los aldeanos, rechazando ofrecimientos de compra en el proceso. Respiró, queriendo no sofocarse, no culpaba a la gente, eran una villa de paso, debían aprovechar la oportunidad de vender.

Tanteó su bolsillo hasta palpar el grosor de la bufanda obsequiada por Mikoto. Fue un lío. No supo quien fastidió más al respecto, si la aldea de la hoja o la aldea de la niebla, pero por alguna razón, creyeron que en un simple pedazo de lana, él encontraría la forma de iniciar una línea de espionaje de ida y vuelta. Si hubiera querido, conocía la forma de lograrlo, pero no, no estaba interesado en ello y lo repitió a la Mizukage hasta el cansancio. A veces se sentía hasteado, las noches eran frías e incluso si lo consideraban un monstruo, su cuerpo seguía siendo humano y necesitaba de cierta temperatura para mantenerse.

Imbéciles.

Escuchó las chillonas risas joviales y entró al local, ignorando a la encargada. Bien, decir que había rogado para hacer este viaje, no era tan así... O dependía de la perspectiva. Su niñez era una cosa, pero hablando de la adolescencia, nunca tuvo que pedir algo más de dos veces. No era necesario, lo poco que él podía decir, se hacía. A Mei le pidió más de tres veces haciendo uso de sus mejores persuasiones, pero Chojuro la hacía entrar en razón al poco tiempo de ella caer en su manipulación. El tipo no le desagradaba, no obstante, era una espinita molesta.

La llegada de Shisui fue lo que suavizó el ambiente. El chico sabía hablar bonito y no es que él no fuera capaz, estaba seguro que podía hacerlo, pero el método dejaba expuesta la fascinación que Mei sentía hacia él. Era un golpe bajo y no estaba dispuesto a encestarlo.

No se inmutó al ver al hombre alto de cabello blanco sostener a dos mujeres contra él, las manos convenientemente cerca de sus senos. El pergamino del monte Myoboku recostado en la pared de una esquina a dos metros de distancia.

—Por algo eres uno de los legendarios Sannin, pero ¿no es arriesgado dejar algo tan importante fuera de vista?—señaló, sentándose, dejando el sombrero a un lado.

—Oh—canturreó, borracho—. Estoy vigilándolo desde aquí.

Como si fuera posible—Parecías al tanto de...otras cosas.—midió sus palabras, evitando exteriorizar de su certeza: lo único que el sannin memorizó y detalló fueron los cuerpos de esas jóvenes.

El hombre rio con fuerza, pidiendo otra ronda de sake. Obito negó con una mano al ofrecimiento del maestro de los sapos y con la otra, declinó la compañía de las mujeres que quisieron tomar asiento junto a él.

—¿Qué te trae por aquí?—le preguntó, Jiraiya, en tono alegre.

Paseó el rostro—¿Naruto?

—Aquí, en alguna parte.

—Muy responsable de tu parte.

—Ha estado entrenando duro, merece un descanso, ¿no lo crees, preciosa?—le guiñó el ojo a la chica de su derecha, ella solo rio tontamente.

—Por supuesto.—aceptó, el Uchiha, con sarcasmo.

—Ah, vamos, sé de buena fuente que alguien aparecerá por aquí—en un segundo, el sannin pareció sobrio—. Que estés aquí, me lo confirma. Si tú me encontraste, él también. Quiere a Naruto.

—No conmigo cerca, si Akatsuki se entera que estoy aquí, dudo que procedan.

—¿No es muy presuntuoso de tu parte?

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