Capítulo 18

229 16 52
                                    

«El viento mecía con suavidad las hojas de los árboles. Cojeó, sin detenerse, le ardía la cara. No quería ella lo viera de esa forma, pero era eso o permitir que ella malinterpretara. No quería que ella dudara del amor que sentía.

El cuerpo le dolió. No importó. A lo lejos vio la pequeña cabaña y su corazón dio un brinco de alegría anticipada. Se tocó el tabique nasal, rogando para que su nariz no sangrara. Estaba emocionado de verla, pero no quería tentar su suerte, se negaba a preocuparla.

Dio golpecitos en la puerta y aguardó a que ella saliera. Escuchó la cadena del cerrojo, entonces su silueta apareció».

El ambiente se espesó por segundos al instante de no distinguir el rostro con claridad.

¿Quién eres...?, se preguntó, un tanto desesperado. El corazón le latió de una forma diferente a la que se había estado acostumbrando. No era furia irrigándose por sus poros, ni ganas oscuras de hacer daño, más bien era como si el órgano traicionero quisiera abandonar su cuerpo e ir hacia ella, sentirla por completo.

Raro... Y en un espacio recóndito de su memoria, conmovedor.

Pensó en un capítulo olvidado de su infancia, donde sus cortos brazos sostuvieron un conejo que saltaba de aquí para allá por el bosque. Ya que en el clan recibía burlas y maltrato por no ser suficiente, no fue complicado que su abuela apoyara sus visitas con lechugas y zanahorias. Un día el traviesillo se enamoró de una coneja de cola esponjosa. Su compañero animal fue hacia "ella" como si fuera la cosa más natural del mundo, y a la vez, había un tinte de impaciencia.

Algo que tuvo explicación al conocer a Rin. Era natural ir hacia ella, mirarla, querer pasar tiempo, embelesarse con su atención.

El cuerpo se le adormeció y pronto, fue bombardeado por un nuevo recuerdo.

«Agachó el rostro con pesar al comprobar la preocupación de la mujer. El pecho se le hundió, deseando por segundos haber faltado a su llamada. Pero de hacerlo, ella pensaría lo peor después de su discusión en la mañana. Se mantuvo quieto, incapaz de mirar directamente los ojos vidriosos de su amada.

—¿Qué pasó?—escuchó la agitación en su voz—. ¿Quién te hizo esto?

Las manos femeninas se extendieron, recorriéndole el rostro. Su toque era delicado, arrugó el rostro debido al dolor, luego relajó la expresión, decidido a soportar con tal de seguir preso de los dedos sobre su cara magullada.

—No tiene sentido culparlos.—los excusó, fingiendo que no le importaba.

Un pago pequeño comparado al daño que había causado. Quería expurgarse, pero era consciente que la redención era una utopía. Ni siquiera se atrevía a desearlo, era una locura y ella lo sabía, que por mucho que se esforzaran, una vez el vaso fue roto, era imposible dejarlo como antes. ¿Lamentarse? Era una opción, pero se propuso ser feliz junto a ella.

La recibió con cuidado en sus brazos y el corazón que antes latía frenético, se quebró por presenciar su llanto. Las lágrimas se resbalaron por sus mejillas y gotearon en su barbilla. El recorrido que había hecho incontables veces con su boca, ahora cobraba un sentido distinto y desalentador.

Ella sufría... Y era el culpable de su dolor».

Obito se removió en la cama, casi distinguiendo una melena que enmarcaba el rostro lloroso. Su cuerpo volvió a adormecerse, alcanzando ver un destello.

«—Entiendo por qué lo hacen, comprendo que debo agachar la cabeza—suplicó, quebrada—, pero no puedo soportarlo. Por favor—consternado, vio cómo se arrodillaba—, les ruego que paren de golpearlo de esa forma inhumana. Si van a gritarle o señalarlo, puedo con eso. Solo por favor, no lo lastimen físicamente. Se lo suplico.

DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora