CAPÍTULO IV

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CAPÍTULO IV

ESMERALDA

Viernes 11 de noviembre, 2005.

   Jugaba con sus amigos y amigas del barrio en la calle, aprendiendo fútbol. Tenían como dos horas en lo mismo, y Esmeralda aprovechaba en hacerlo antes que llegara su padre y la enviara a encerrar en su habitación a estudiar. Su amiga María le hizo un pase, Esmeralda corría lo más rápido que podía, viendo de reojo que uno de sus amigos la perseguía para quitarle el balón y así mismo fue.

   —¡Goooool! —gritaron sus amigos.

   Esmeralda y sus amigas solo de cruzaron de brazos enojadas por haber perdido por cuarta vez en dos horas. Los chicos, solo se reían de ellas. Al cabo de un rato, empezaron a dispersarse cada uno e irse a sus hogares.

   —¡Esme! —llamó José.

   La morena se volteó al ser llamada, viendo a su amigo que era más alto que ella colocarse al frente con misterio.

    —¿Qué pasa? ¿Quieres burlarte porque perdimos de nuevo?

   —No, claro que no —dijo José, sacudiendo su cabeza—. Te quería contar que el otro día ví a Ernesto en la esquina prohibida, y menos mal que mi mamá no lo vió, porque o si no, le fuera dicho a tu padre.

   —¿Ernesto? —preguntó extrañada.

   —Sí, en serio.

   Esmeralda estaba sorprendida al oír aquello, porque se suponía que esa esquina era para los que vendían drogas, y Ernesto era de los principales que le advertía que no se acercara allí.

    —Le preguntaré cuando llegue el porqué estaba ahí —expresó consternada.

   —Sí, está bien. Pregúntale, no vaya a ser que alguien más lo vea y piense mal.

   José se despidió y se metió en su casa, Esmeralda se quedó pensativa, pero dejó esos pensamientos para otro momento porque veía que su padre ya se acercaba a casa y la encontraría allí en la calle.

[...]

Jueves 24 de noviembre, 2005.

   Esmeralda y Ernesto desayunaban en silencio, su padre estaba junto a ellos sentados en el comedor, disfrutando de un desayuno familiar, en el que nadie podía hablar. Ambos tenían aún mitad de sus arepas, comiendo sin ganas, porque su papá estaba junto a ellos y no les permitía abrir la boca. Se alegraron cuando su padre fue el primero en terminar y levantarse para lavar los platos, por lo que suspiraron aliviados.

   —Ya parecemos soldados, Esme —se quejó Ernesto.

   —Papá aún extraña a mamá —contestó inocente.

   —No le justifica tratarnos como soldados —le explicó su hermano, mientras dejaba su desayuno—. Somos sus hijos, no unos desconocidos.

   La niña se encogió de hombros, ella poco sabía de la vida, pero era consciente que su papá aún lloraba a su madre.

   —Por cierto, Ernesto... José dijo que te vio en la esquina prohibida hace días. ¿Por qué estabas ahí?

    Ernesto arrugó sus cejas, pareciendo incrédulo ante la pregunta.

   —Debí estar esperando a Andrés, que íbamos ese día a ver el juego en casa de un amigo.

   —Ah... cuidado, mira que papá puede pensar mal, Ernesto.

   —No me importa lo que él piense, hermanita. Me importa más que tú me creas que él.

¡Holis!
Ay, Ernesto e.e
Espero que le siga gustando la historia, les prometo que se avecinan cosas buenas.

—Claire V. Rose.

Daños Inolvidables 1: Sin Salida (Libro #0.5 Saga Daños)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora