CAPÍTULO XXVIII
ESMERALDA
Lesbia y Esme se habían cansado de esperar, salieron y se estaban arriesgando a toda costa, llevaban unas barras de metal para defenderse; sabían que no tenían por qué engañarse así mismas, con un arma de fuego él les ganaría de igual manera. Caminaron lo más silenciosas posibles, lo único que él podría escuchar de ellas sería sus irregulares y ruidosas respiraciones, además del latir apresurado de sus corazones; y no era para menos, si un maniático-sádico las tenía cautivas en un lugar tan abandonado y sabía el diablo dónde. Unas pisadas se escuchan a lo lejos, ligeras, cortas y sabían muy bien a quién pertenecían. Se detuvieron y Esme subió la mirada, lo veía correr deprisa escalera abajo para alcanzarlas; estaba lejos pero no tardaría igual en alcanzarlas, tomó de la mano a Lesbia y la hizo correr escalera abajo con velocidad. Llegaron al tercer piso con respiraciones más irregulares, él seguía aún en el quinto, Esme se detuvo abruptamente y miró a Lesbia, quien ya la miraba con sorpresa.
—¿Qué sucede? —preguntó preocupada.
—Quiero que corras hacia la otra escalera y bajes a pedir ayuda. —Comenzó a negarse Lesbia, la morena soltó la barra de metal, agarró el rostro de la chama y la obligó a mirarla a los ojos—. Debes hacerlo, él me quiere a mí, puedo entretenerlo.
Lesbia liberó las manos de Esmeralda de su rostro, sus ojos se humedecieron, asintió y corrió hacia el pasillo. Esme volvió a agarrar la barra de metal, empezó a subir la escalera, escalón por escalón, despacio y con pasos firmes. Se aferró a la barra de metal hasta hacer que doliera su mano, que la sangre se coagulara. Ya su secuestrador y ella, se encontraban cerca; estaba a unos cuantos escalones arriba de la morena, su mirada amenazadora apareció, la examinó y se dio cuenta de la barra de metal que sostenía, así que sonrió burlón.
—Tengo un revólver —le refrescó la mente.
—Lo sé y espero que no la utilices conmigo —sonó nerviosa Esme.
—Bien y espero que tú no utilices eso conmigo. —Le asintió en respuesta y sin nada que perder, Esmeralda lanzó la barra de metal en el abismo de las escaleras, quedando desarmada y fácil de matar.
—Buena elección, Bella Durmiente.
—Tira tu arma —ordenó Esmeralda o mejor dicho, le rogó.
El psicópata se asombró de su petición, achicó sus ojos azules verdosos y se quedó fijamente mirándola, unos segundos más y lo lanzó hacia el vacío.
—¿Feliz? —requirió burlón, con una sonrisa forzada Esmeralda respondió.
Bajó un escalón y la morena igual, no quería tenerlo de nuevo cerca. Calculó y dedujo que Lesbia aún debía ir por el segundo piso, por lo que debía idearse otras distracciones.
—¿Disfrutas mucho matar? —dijo lo primero que vino a su mente.
—Sí —confirmó con descaro—, es encantador como Eric. —Esme apretó su mandíbula.
—No vuelvas a decir su nombre —advirtió.
—El pobre Eric se había enamorado por fin, cosa que no había pasado en su vida, Bella Durmiente. —Sonrió ampliamente.
—¿Cómo sabes eso? —interrogó intrigada por la familiaridad en la que hablaba de Eric.
—Vino a rescatarte, ¿no? —Apartó la mirada de él y recordó a Eric tirado en el frío suelo.
—Sí —susurró dolida.
—Tu piel morena lo atrajo, al igual que a mí —confesó vanidoso.
—No tenías porqué matarlo, ya me tenías —le reprochó con odio la morena.
—Te equivocas —espetó serio—. Mi objetivo era matarlo, tú solo eres una pieza más de este juego.
—¿Qué? —Frunció su entrecejo ante la información.
—Como escuchaste —gruñó—, Eric era mi único objetivo porque era mi hermanastro bastardo, un estúpido hermanastro. Tú solo eras un Daño Colateral. —Decepción era la palabra que venía a la mente de Esmeralda—... Si pensabas que todo fue por tu culpa y se debía a ti... —Mordió su labio y siguió escuchándolo—. Lamento informarte que estabas en un error, siempre quise destruirlo a él, pero no había tenido la oportunidad maravillosa de hacerlo porque él no tenía algo importante en su vida... Hasta que apareciste tú, en esa discoteca como princesa.
—¿Tú eras aquel chico que él golpeó aquella vez? —Negó con una sonrisa pretenciosa, señalando su labio partido y el moretón en el ojo.
—No, tal vez le hubiese gustado golpearme pero no, el afortunado fue otro. —Alzó ambas cejas rubias, juguetón.
Dio otro paso hacia delante y Esmeralda retrocedió lo mismo, mientras se sostenía de la baranda de las escaleras, para no perder el equilibrio.
—¿Qué te hizo él? —preguntó y el psicópata vaciló fastidiado.
—Quitarme mi vida —refunfuñó con los puños apretados.
—No es cierto, estás vivo —le recriminó.
—Mi padre lo prefirió a él antes que a mí, le dio mi dinero, mi casa y se adueñó de mis amigos y hasta de mi exnovia.
Esmeralda cerró sus ojos un momento, tratando de imaginar a Eric Montero haciendo todo aquello, pero no podía visualizarlo. Se sintió confundida, desorientada y extraña, pensar que ella estaba sufriendo con todo esto porque pensaba que era su culpa y ahora, saber que todo era por Eric, la decepcionaba.
—Suenas como un niño dolido. —Le dio una sonrisa de boca cerrada.
—Tengo solo diecinueve años. —«Y has matado a muchas personas», se dijo la morena—. Soy un niño necesitado —susurró malévolo y se estremeció por las palabras Esme.
Comenzó a bajar lentamente, nerviosa la morena retrocedió al mismo tiempo. No creía que Lesbia hubiera podido salir de allí;miró hacia el vacío, debían estar a unos 4 a 5 metros de altura. Con un nudo en su estómago se paralizó, se quedó fijamente observándolo hasta que llegara hasta ella, la tomó con sus sucias manos asesinas; Esme también lo agarró, pero no para abrazarlo sino para tirarse juntos al vacío y terminar de una vez con esa pesadilla.
Les presentó al Engendro del mal...
Que final tan inesperado, chic@s.
Ya vendrá el epílogo.
—Claire V. Rose.
ESTÁS LEYENDO
Daños Inolvidables 1: Sin Salida (Libro #0.5 Saga Daños)
Short StoryLa vida de Eric Montero cambia cuando su padre lo abandona y luego cuando su madre se vuelve a casar, ganándose un nuevo papá y un hermano, como si fuese poco. Aprende a trabajar duro y conseguir lo que quiere con esfuerzo, e incluso hasta el amor...