Prólogo

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Hacía frío...mucho frío, estaba tiritando, y me abracé a mí misma intentando darme un poco de calor, pero me era casi imposible. Estaba cansada, me dolía el cuerpo, y los ojos me pesaban, pero aun así, los abrí. Estaba rodeada de árboles, a la izquierda, a la derecha, levanté la vista, y los árboles se alzaban sobre mí, incluso estaba recostada en las raíces desparejas de un árbol. Me froté los brazos en busca de calor, pero noté que estaba desnuda. Me miré los brazos y las manos, estaba sucia, tenía las uñas con tierra, y toda yo parecía que me había caído en el barro.


Me ayudé apoyándome contra la dura corteza del árbol y me levanté. ¿Dónde estaba? No reconocía el lugar. ¿Cómo me llamo? Tampoco lo recuerdo. ¿De dónde vengo? No lo sé. No sabía nada. Mi mente estaba en blanco. Intenté esforzarme por recordar algo, aunque sea algo mínimo, para entender qué hacía allí y quien era yo. Pero no resultó. La frustración se apoderó de mí, ni siquiera sabía cómo me veía físicamente. A pesar que sentía que los pies se me habían enterrado en el barro y estaban firmes por el frío, comencé a correr. Sin rumbo alguno, el viento me golpeaba con fuerza el rostro, aumentaban los bombeos de mi corazón, y de a poco, iba perdiendo el frío, pero no era suficiente. Corrí, corrí, y seguí corriendo. Los pulmones me quemaban, las piernas me rogaban que me detuviera, pero no lo hice.

Perdí la noción del tiempo, pero ya sentía que no podía más, y me dejé caer. Con la respiración entrecortada, me incorporé, y seguí caminando. Quería que alguien me dijera quien era, o al menos, que me diera respuestas a todas mis preguntas. Por primera vez desde que había despertado, sentía miedo. Mucho miedo. Comencé a llorar, tenía frío, hambre y cansancio. No llegaba a ningún sitio, aquello parecía un bosque interminable, y no lo iba a terminar. Me acurruqué junto a un árbol, me abracé las piernas, y me permití llorar desconsoladamente.

Al rato, sentí ruidos, ramas y hojas crujir. Me apreté más contra el árbol, no podía parar de llorar, pero intentaba no hacer ningún sonido. Cerré los ojos con fuerza. Eran pisadas, y se aproximaban, estaban cada vez más cerca. Aquella persona se acercaba a mí. Una mano me tocó la cabeza y di un respingo. Levanté el rostro, abrí los ojos, e intenté retroceder, pero la corteza me lo impedía.

—Ey—un hombre se había agachado, para quedar a mi altura. —¿Cómo te llamas?—me quedé mirándolo, entendía lo que me decía, pero no le podía responder, porque no lo sabía. Negué con la cabeza. Se quitó su abrigo, y me lo puso en los hombros. —¿Estás con tus padres?—volví a negar. Estiró su mano y me quitó las lágrimas de las mejillas. —¿Estás sola?—esta vez asentí. Él sonrió cálidamente. —¿Te gustaría venir conmigo? Debes tener frío y hambre—no debería confiarme de un desconocido, sentía un instinto que no me lo permitía, pero aun así asentí. El hombre no se hizo esperar, me rodeó con sus brazos, y me cargó.


A lo lejos, luego de caminar unos cuantos metros, divisé una pequeña casita, una cabaña, tenía una chimenea, de la cual salía humo, y por las ventanas se podía ver claramente que había luz en el interior. El hombre no me soltó en ningún momento, sus brazos eran enormes, me cubrían casi todo el cuerpo, y su campera me llegaba hasta los pies. Al acercarse a la cabaña, la puerta se abrió, dejando ver a una mujer de mediana edad, con el cabello castaño recogido en un moño, limpiándose las manos en un delantal.

—Oh, Dios mío.... ¿Qué ocurrió?—preguntó la mujer. Tenía la voz suave y melódica. Sus ojos verdes se posaron sobre mí mientras le hacía una seña al hombre para que entre. Inmediatamente, sentí el calor de aquel hogar, hacía tanto frío afuera, que me costaba acostumbrarme. El hombre me bajó con cuidado, y vi, en un espejo de pie que había en una pared, mi propio reflejo. Tenía el cabello castaño horriblemente enmarañado, tenía grandes ojos verdes, y piel que en algún momento fue blanca.

—La encontré sola en el bosque. No estaba con nadie, parecía perdida.... Y abandonada—dijo el hombre a la mujer. —No debe llegar a los cinco años— 

—Pequeña....—la mujer se arrodilló para quedar a mi altura, acariciándome el rostro. —¿De dónde eres? ¿Y tus padres?— 

No resistí más, y me permití volver a llorar. La mujer me abrazó con fuerza, mientras me acariciaba lentamente el cabello. No sabía por qué, pero necesitaba ese calor y cariño que me brindaba.

—No lo sé—susurré.—No sé nada. Desperté allí...en el bosque...y no recuerdo nada— 

—Dime mi pequeña....—se separó un poco de mí, tomando mi rostro entre sus manos. —¿Te gustaría vivir aquí? Con mi marido y conmigo— 

La miré con los ojos rebalsados en lágrimas, lo único que quería, era cariño, quería que me quieran, y poder querer también. Quería un hogar, quería aquel hogar, con aquellas personas que me habían salvado la vida, sin pedir nada a cambio. Asentí, y me abracé a ella. Planeando, nunca más soltarme, ni alejarme de allí, ni de aquellas personas.




Las sombras del ayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora