Capítulo 22

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— ¿Bailas?—me preguntó, extendiendo una mano hacia mí. Sonreí, sí, me olvidaría de todo durante un rato. Eso era justamente lo que quería que mi mejor amiga hiciera, ¿por qué no hacerlo yo también? Permanecer en una burbuja donde todo era perfecto y bello, demasiado para ser verdad. Aunque sea vivir en una fantasía por un determinado lapso de tiempo. Eso era lo que creía que necesitaba, y lo que quería.

—Sí—asentí, extendiendo la mano, y tomando la suya. Sentí una descarga en cuanto nuestros cuerpos hicieron contacto, su palma bajo la mía, más grande y áspera, que me sostenía con seguridad. Moví el pulgar contra su dorso y le acaricié brevemente, sintiendo al instante una sensación embriagadora de la cual quería más. El espacio que nos separaba se acortó, y mi pecho ya prácticamente rozaba el suyo. Él utilizó su mano libre para apoyarla en mi cintura, y así mantenerme junto a él, sin que me pudiera apartar ni un solo centímetro. Apreté ligeramente su mano, y con el otro brazo, lo apoyé en su hombro, justo cuando la música comenzaba un ritmo un poco más llevadero. ¿Eso era un vals? Debía ser algo parecido. Tampoco le presté demasiada atención a aquel asunto, era algo secundario para entonces.

Y entonces todo ocurrió como en una película. Él me guiaba alrededor de todo el salón, bailando, siguiendo cada pieza de la canción que estaba sonando. Estábamos en un mundo paralelo al que vivía, era nuestro propio mundo, nuestra burbuja, en la que sólo existían nuestras miradas divertidas, caprichosas y cómplices. No hacían falta palabras, el momento era mágico así, sin hablar, sólo mirándonos y bailando. Sonreí como una boba cuando él me separó de su cuerpo para hacerme girar elegantemente, y le agradecí que fue el único instante en que me dejaba mantenerme por mi cuenta, ya que dudaba ser capaz de bailar así con aquellos zapatos si él no me guiara, además, nunca había bailado antes. Sólo haría el ridículo si tuviera que hacerlo sola en esa o alguna otra circunstancia.

No podía faltar para la noche, mi momento de torpeza, en el que creí que aquella burbuja se rompería. Mi zapato derecho patinó en tan lustrado cerámico, y me fui hacia atrás. Daniel me rodeó la cintura con ambos brazos, haciendo que me enderece de golpe, pegándome completamente a él. Rodeé su cuello con los brazos al instante, aferrándome, para no volver a caer, y porque quería tenerlo cerca, muy cerca.

—Ya estaba esperando el momento que fingieras una caída sólo para que yo te rescate—interpreta él, levantando una ceja, divertido. No, el momento no se había roto ni siquiera por su comentario. Eso era lo sorprendente, y lo que más me atraía.

—No todo es por ti—reproché, levantando el mentón. No nos habíamos dejado de mover, seguíamos recorriendo el salón con ritmo y elegancia. Él parecía un experto en bailar, y en guiar a su acompañante. Mantenía su agarre firme, pero sin llegar a ser brusco en realidad. Quería que me abrazara con todas sus fuerzas, sin importar que podía romperme en mil pedazos. Yo ya estaba bastante rota, un poco más no haría daño, además sentía que él era el único capaz de recomponerme, de sanar todas las heridas que se habían abierto en mi interior, que sólo él podía consolarme y contenerme, a pesar de que todo el sufrimiento en mi vida comenzó desde que apareció. Pero también, él no tenía la culpa de lo que habían hecho Uriel y Dalila, su pecado fue enamorarse, y su error que los condenó, fui yo.

Habíamos perdido la noción del tiempo, o al menos yo lo había hecho. No quería dejar de bailar aunque los zapatos me estuvieran matando, quería quitármelos y tirarlos por el ventanal, pero eso implicaría soltarme por unos segundos de Daniel, y no quería hacerlo. ¿Tan enamorada estaba? Pues creía que sí, nunca había sentido algo así por alguien. Eran todos sentimientos nuevos y encontrados para mí, era algo desconocido, era igual que enterarme de mi verdadero origen. Era algo que no conocía antes. Pero sí había visto diferentes formas de amar. Yo amaba a Melody, y haría cualquier cosa por ella. Daría hasta mi vida porque ella esté bien. Vi la forma en que mis padres se amaban, quizás en su juventud era todo más físico, más besos, más sexo, pero en su mediana edad, el amor se vislumbraba en la manera que se miraban, el cariño con el que se trataban, la simpleza de los saludos mañaneros, cómo mi madre siempre quería cocinar y hacer cosas que a mi padre le gustaban... Y luego, la forma nueva: la manera en que yo sentía aquel amor pero por Daniel. Tan profundo e intenso, tan irrevocable e irreversible. Puro y cristalino, justo en el centro de las turbulencias oscuras de dudas, miedos, tristezas, enfados, mentiras...

Las sombras del ayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora