Capítulo 18

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Solté una sonora carcajada al escuchar sus palabras. Fue involuntario, impensado. No creí que en éste momento que aún seguía transitando dolor, podría llegar a reírme de aquella manera. Si alguien me escuchara reír así, ni se imaginaría toda la tormenta que crecía cada vez más en mi interior. Pero no pude evitarlo. Cuando Séfira dijo aquellas palabras, una carcajada sonora brotó por mi garganta, como si hubiese contado un chiste de mal gusto. Al notar que la mujer ni siquiera sonreía, sólo me observaba, paciente, como si esperara que yo tuviera aquella reacción, y aguardara hasta que me tranquilice. Mi sonrisa poco a poco comenzó a desvanecerse.

— ¿Qué? ¿Espera que crea eso...?—murmuré, frunciendo el ceño. No podía creerlo, aunque, pensándolo mejor, últimamente todo lo que creía que no existía, acababa por ser demasiado real.

—No espero que lo creas. Ya tengo asumido en que crees en todo lo que te digo. No son mentiras ni cuentos infantiles para dormir. Es la realidad, Eva, es tu realidad.

—Mi realidad es una mierda. Nunca me dicen la verdad, pregunto, y evaden las respuestas. Eso no me hace sentir mejor, sólo tengo que confiar ciegamente en personas que aún no termino de conocer, que quizás mañana me apuñalen por la espalda.

— ¡No apuñalaré a nadie! Por ahora—acota Daniel, giro la cabeza, y se encontraba apoyado en el umbral de la puerta por la que habían desaparecido. Idiota, había estado escuchando toda la conversación.

— ¿No podías darnos un poco de privacidad?—le pregunté, fastidiada.

—No puedes esperar algo de él que no esté en su naturaleza, como dije, es un demonio. Todo lo malo, deshonesto, tramposo le atrae. Y lo que no es así, siempre intenta volverlo así—agrega Séfira rápidamente, antes de que él pudiera decir algo.

—Parece que la anciana le dio a la niña la lección del día. Te felicito, ahora sabes qué es lo que soy realmente—comentó él socarronamente, despatarrándose en uno de los sofás, esparciendo polvo.

— ¿No que los demonios eran feos, rojos, y con cuernos?—le pregunté, examinándolo. Parecía todo lo contrario, era un Dios del mal, era perfecto. Éste mostró su perfecta dentadura cuando comenzó a reír ante mi comentario. ¿Qué? Se suponía que las criaturas del mal eran rojas.

—Ay, anciana, explícale antes de que me pregunte alguna idiotez así otra vez

— ¿Y yo qué culpa tengo? No fue mi elección vivir como viví. Y para que lo sepas, fui muy feliz sin saber toda ésta mierda—rezongué. Estuve a punto de decir me largo de aquí, donde todos están locos, pero, ¿A dónde iba a ir? Estaba en un pueblo deshabitado, donde no había una persona cerca en kilómetros, y aunque encontrara a alguien que me lleve... Ya no tenía casa, ni hogar, nada.

—Estuvo bien lo que hicieron tus padres. Pues si no te hubieran abandonado en un lugar remoto, e inimaginable para ángeles y demonios, te habrían matado. Si eso hubiera ocurrido, El Amanecer hoy no existiría tal y como lo conocemos.

— ¿El Amanecer?—pregunté, confundida. Cada palabra que decía esa mujer, me hacía confundir cada vez más.

—Así se le llama a lo que tú conoces como Cielo e Infierno. El Amanecer: luz saliendo, sobreponiéndose, alejándose de la oscuridad—comentó Daniel con aburrimiento, observándose los nudillos como si eso fuera algo sumamente importante.

— ¿Tú eres al que llaman famosamente el diablo? Se me hace raro llamarte así y no imaginarme que estén por salir cuernos de tu cabeza.

—Si serás tonta—carcajeó él. Fruncí el ceño. ¿Cada uno de mis comentarios le iba a resultar gracioso? Porque para mí todo era cada vez más extraño.

Las sombras del ayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora