Miré hacia un lado, todo era oscuro, y envuelto en llamas, todo rojo con tonalidades anaranjadas, y un calor abrasador, que por algún motivo, no me hería ni dejaba marcas en mi piel. Veía sombras, pero no reconocía a nadie, escuchaba voces gruesas y tenebrosas, pero no las identificaba.
Miré hacia otro lado, todo era luz, paz, claridad, una neblina fresca lo cubría todo, se veía todo de un dorado claro, mezclado con celeste. Divisé sombras, esta vez eran de tonalidades doradas, oía voces, pero estas eran melódicas y relajantes, como una canción de cuna, pero no conocía nada ni nadie, no reconocía ninguna voz, ni ninguna silueta. Ni siquiera identificaba el sitio en el que me encontraba.
Miré hacia el frente, y podía ver claramente el límite que estaba frente a mí, donde terminaba la oscuridad, y comenzaba la luz, sentía el brazo derecho con calor, y el izquierdo un leve frescor que me ponía la piel de gallina. Por el rabillo de los ojos, noté como dos manos se acercaban a mí. Una era dorada, del lado claro, y la otra era rojiza, del lado de la oscuridad. Pero no podía moverme. No podía inclinar la cabeza para ver alguna con mayor detalle, no me podía inclinar hacia ninguna.
Un ruido fino e insoportable sacudió el lugar, haciéndome temblar, y la imagen se comenzó a ver cada vez más borrosa, todo era confuso, pude mover el cuerpo y estiré ambos brazos en busca de algo, intentando sostenerme, estaba cayendo hacia atrás, y nada frenaba mi caída. Iba a desplomarme en quién sabe dónde. Cerré los ojos con fuerza, esperando lo peor.
Volví a abrir los ojos de par en par, tenía la respiración agitada. Moví las manos, acariciando la superficie en la que estaba tendida. Cálida y suave. Aquella alarma seguía sonando, suspiré con cansancio, y me incliné hacia un lado de la cama, y apagué el despertador. Me dejé caer nuevamente en el colchón mirando el techo. ¿Hasta cuándo iban a seguir aquellas pesadillas? Siempre soñaba lo mismo, o no exactamente lo mismo, pero siempre del mismo estilo, y sea donde sea, siempre había dos lados, el de la luz, y el de la oscuridad. Y siempre que iba a tomar una elección, no podía hacerla. Ni siquiera sabía qué elección decidía tomar.
Pasé una mano con cansancio por mi rostro, desperezándome, y estirando los músculos. Me levanté con pereza y me envolví en un saco que había dejado a los pies de la cama la noche anterior. Me quité el cabello que se me había caído sobre el rostro, y salí de la habitación, procurando que no se note en mis expresiones la noche invadida de pesadillas que había tenido.
Me asomé por la puerta de la pequeña cocina, y sonreí con ternura. Mi padre, sentado en la mesa leyendo el periódico, bebiendo café, con el ceño fruncido, marcando sus arrugas más de lo que ya eran notables, y los anteojos caídos sobre su nariz; y mi madre, sentada a su lado, tejiendo alguna de sus tantas manualidades, también con sus antojos un tanto caídos, y el cabello canoso recogido con unos palillos. No eran mis padres biológicos, pero para mí ellos eran mis verdaderos padres. Me habían salvado de una muerte segura por hipotermia o hambre allí en el bosque, mientras que los que me habían traído al mundo, me habían dejado completamente sola. Esas personas, sentadas allí, eran las personas que más amaba, las que más respetaba, y las que más cuidaría hasta que deje de respirar.
—Buen día—dije apareciendo por el umbral de la puerta con una sonrisa, para abrazar de atrás a mi padre.
—Hola pequeña—me respondió él, apretando mis manos.
—Buen día cariño. ¿Vas a desayunar?—mi madre desvió la atención de su tejido hacia mí con su típica sonrisa.
—Sí—dije acercándome al refrigerador y me serví un vaso de jugo de naranja, para beberlo de un solo sorbo.
—¿No comerás nada?—comentó mi madre acercándome un plato de galletas recién horneadas. Le sonreí, y tomé una.
—De acuerdo. Sólo una. Debo ir a vestirme para ir al colegio—
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Las sombras del ayer
Ciencia Ficción¿Qué significa tener una vida normal? Desde luego que no se considera normal haber despertado en medio del bosque, siendo una niña, sin recordar absolutamente nada. No sabía cómo me llamaba, de dónde venía, ni quién era mi verdadera familia. Sólo se...