Cuando tenía aproximadamente diez años, estábamos con mi madre haciendo muñecos de nieve en el descampado que separaba el bosque de mi casa. Lo estábamos esperando a mi padre que pronto iba a volver de trabajar. Habíamos decidido darle una sorpresa estando allí afuera, con un lindo muñeco de nieve decorado con piedritas oscuras que resaltaban en la blanca nieve, utilizamos ramas para hacer lo que serían los brazos, y como no teníamos la típica zanahoria para la nariz, usamos una rama. Nos reíamos de ello ya que ella me decía que por mentir, la nariz le había crecido tanto. En realidad era bastante deforme aquel muñeco, pero lo habíamos hecho con tanto cariño, que en lugar de tristeza, daba diversión al verlo. Era una nueva versión de los muñecos de nieve tradicionales. Yo quería sacarme la bufanda y ponérsela, pero mi madre no me lo permitió. Con el frío que hacía, si me quitaba algo, terminaría en cama con fiebre.
Mi madre había dicho que iría adentro para traer chocolate caliente para que cuando mi padre llegue, esperarlo con algo bien caliente. Me dijo que me quedara allí y no me moviera. Pero, como pocas veces, la había desobedecido. Cuando ella entró a la casa, comencé a alejarme. Me estaba dirigiendo al bosque. Lo único que quería era sorprenderlo a mi padre. Quería sorprenderlo de antemano, que nos encontremos allí y volvamos juntos. Pero no tomé dimensión, de lo ancho y largo del bosque. Él podría aparecer en cualquier sitio, tal vez en el lugar menos esperado. Pero cuando me di cuenta de eso, ya me había comenzado a internar en el bosque, y no tenía ni idea por dónde había llegado. El miedo me subió por la garganta, y me sentí como aquella vez que me desperté, allí, desnuda, sola, sin siquiera saber a dónde dirigirme, sin saber quién era.
Había empezado a llorar, cada vez más fuerte, con la esperanza que alguien me encontrara. No me quedé quieta, empecé a caminar muy despacio. Me arrepentía de haber desobedecido la orden que mi madre me dio. No debí haberlo hecho. Ella me daba órdenes para cuidarme, y si la desobedecía, pasaban estas cosas. Tomé aire, inflando mis pulmones, y grité con todas mis fuerzas. Al menos si alguien estaba cerca me oiría y me podría ayudar a salir de allí. Lo repetí varias veces hasta que la garganta se me secó y ya no tenía aire como para volver a elevar la voz. Las lágrimas habían dejado de salir, por el hecho que me concentré tanto en gritar, que olvidé qué era lo que realmente ocurría. Iba a volver a intentar gritar, pero un grito que no fue mío me hizo agudizar el oído.
— ¡Emma!—se oía a lo lejos. ¡Era mi padre! Reconocería su voz gruesa y carrasposa en cualquier sitio. ¡Estaba cerca! ¡Me estaba buscando! Estaba salvada.
— ¡Papi!—grité con la voz quebrada. A los segundos, entre los árboles, apareció mi padre. Su gesto era de terror absoluto, pero un destello de alivio lo recorrió en cuanto me ubicó con su mirada.
—Pequeña...—susurró, y se abalanzó hacia mí, arrodillándose delante de mí, y me envolvió con sus brazos. Le devolví su abrazo. Me permití volver a llorar. El alivio que sentía era inexplicable. Sentía que la escena de cuando él me encontró por primera vez, se reconstruía. La sensación de desamparo, y luego unos brazos cálidos que me rodeaban e intentaron darme una buena vida.
Ese abrazo... me recordó a dos momentos algo traumáticos para mi vida. Primero, cuando conocí a mi padre, cuando me acogió junto a mi madre, y luego, cuando me perdí aquella vez, que no tenía idea a dónde ir, ni cómo salir de allí. Estaba asustada, hasta que los brazos de mi padre me reconfortaron. Y en ese momento, recordé esos acontecimientos. Sentí la misma sensación de calidez, pero en cuanto levanté la vista, noté que no era mi padre. Era Marco, que me tenía apretada contra él con fuerza. Dejé de llorar, aunque sentía que tenía los ojos nublados e hinchados, y tenía un ligero temblor. Nos miramos unos segundos a los ojos, y luego volví a esconder el rostro en su pecho. No sabía por qué lo había hecho, pero necesitaba que alguien me dijera que todo estaría bien. Que no sucedería nada malo.
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Las sombras del ayer
Ciencia Ficción¿Qué significa tener una vida normal? Desde luego que no se considera normal haber despertado en medio del bosque, siendo una niña, sin recordar absolutamente nada. No sabía cómo me llamaba, de dónde venía, ni quién era mi verdadera familia. Sólo se...