Capítulo 24

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Todo fue demasiado rápido, lo viví como si fuera en cámara lenta. Luego de que me dieran esas explicaciones de por qué me había comportado así en el momento en que me di cuenta que aquella vendedora que a ojos de todos era una simple humana resultó ser un demonio escondido en su cuerpo, Daniel me volvió a apretar a él con fuerza mientras se ponía en pie, levantándome junto a él también. Marco había dicho que no era posible que todo estuviera pasando tan rápido, que yo todavía no debería tener rasgos de mi naturaleza, pero al parecer sí. Había tenido el comportamiento de un ángel, como Marco cuando se deshizo de otros demonios, y me había comportado como realmente lo hacía un demonio: despiadado, sin piedad, sed de sangre. ¿Esa había sido yo realmente? No quería vivir eternamente con esa necesidad de matar y de hacer daño. Si bien sólo lo había hecho en defensa propia, no me había quedado un buen sabor en la boca por hacerlo. En ese sentido también podía tener rasgos angelicales. Ahora cada uno de mis comportamientos los veía y los agrupaba según mi naturaleza. Vaya, sí que era cierto que tenía de ambos. Y eso no era bueno, era como mezclar agua y aceite. Un ángel y un demonio no se pueden juntar, no tendría que existir ni siquiera la posibilidad, pero ahí estaba yo, como prueba contundente de que mi nacimiento había roto con todas las leyes y reglas de El Amanecer. Y ahora debía de pagar las consecuencias por los actos de mis padres biológicos; que tampoco podía culparlos, ellos se enamoraron, se amaban. Demostraron que era posible que un demonio se enamorara y sintiera piedad, y que un ángel sea capaz de mentir y hacer cualquier cosa con tal de conservar aquel amor que habían cosechado ambos en La Tierra.

—Vienen más—dijo Marco enseguida, y Melody soltó una palabrota. Parpadeé y miré a Daniel, quién observaba todo, inspeccionando. Estaba segura que estaba intentando vislumbrar a algún demonio. De todas formas, si aparecía, nos daríamos cuenta enseguida, porque luego de aquel revuelo, prácticamente todo el centro comercial quedó vacío luego de que se corrió la voz de que había un "monstruo asesino" en uno de los locales de zapatos. Las personas se habían ido, y no quedaba prácticamente nadie. Quién se acercara, sabríamos que era.

—Hay que irnos, son muchos para enfrentarlos—expresó Daniel, sin soltarme ni un solo milímetro de su cuerpo. Percibía a través de su camiseta el calor corporal que irradiaba su piel.

— ¿Esperabas que los enfrentáramos? ¡Estás completamente loco!—le regañó Melody, quién había comenzado a caminar tras de Marco para salir de la tienda. Daniel, sin soltarme, los comenzó a seguir. Cuando habíamos subido las escaleras con Melody para entrar al lugar, estaba atestado de personas que iban y venían caminando, mirando vidrieras, todas con al menos una bolsa en la mano de algunos de las tiendas de allí. Adultos, niños y ancianos. Ahora, estaba todo completamente desierto. Mientras avanzábamos con el paso apresurado, noté que dentro de varias tiendas se veía movimiento, los empleados, los que no abandonaron el establecimiento, intentaban esconderse detrás de los cajeros, dentro de los probadores, y quién sabe qué otros escondites utilizaban.

A medida que nos movíamos, sentía que comenzaba a volver a la realidad por completo, ya Daniel no necesitaba llevarme con él, mis piernas habían cobrado fuerza y comencé a correr junto a ellos. Melody en un momento de apuro, para poder alcanzarnos, ya que era la única que estaba quedando atrás, soltó la mochila que traía en su espalda, dejándola tirada por ahí. En ese momento de adrenalina no importaba mucho, pero sabía tanto como ella que luego se lamentaría haber perdido todas aquellas prendas de diseñador.

— ¡Ahí están!—los cuatro nos volvimos al oír que un hombre gritaba. Era calvo, y era lo único que llegaba a ver, estaba muy alejado, pero aun así visible. Otros hombres se unieron a él. Cuando se echaron a correr hacia nosotros, Melody chilló y Marco la tomó del brazo para hacerla correr más rápido. Bajamos por una escalera mecánica que bajaba al subsuelo, pero ni siquiera esperamos a que los escalones bajaran solos. Nosotros lo hacíamos a los saltos, cada vez teníamos menos tiempo. Los chicos lo sentían, y yo también, lo sentía en lo más profundo de mis entrañas. Eran unos cuantos, y se acercaban. La idea de Daniel de distraerlos funcionó sólo por un tiempo limitado, como ya él había anticipado, pero no creímos que sería tan rápido.

Las sombras del ayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora