Capítulo 13

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— ¿Quién es Dalila?—pregunté, interrumpiendo aquella escena.

—Nadie—me respondió Daniel— ¿Ahora quién es la imbécil?

—No lo sé. Pero espero que arregles esto. Y pronto. Sabes que ninguno de nosotros tiene paciencia. Aun no sé por qué la tienes tú—dijo Jezabel, y luego se marchó.

Daniel no me dijo más nada, ni siquiera se volvió a mirarme, se quedó mirando el lugar por el que había desaparecido Jezabel. Suspiré. Quería dormir, y no levantarme más. Daniel se movió, se iba a marchar, así como si nada. Ah, no, no lo haría. Lo tomé del brazo y lo hice retroceder hasta donde estaba yo. Lo empujé contra la pared más cercana, y apreté su cuello con mi antebrazo.

— ¡Ni pienses en marcharte así como si nada! ¡Ahora me dices la verdad!—le grité. No se la iba a dejar pasar. ¡Me había dicho prostituta y zorra! ¡En frente de todos! No se lo iba a perdonar tan fácilmente.

—Suéltame—dijo él, serio. Ja, era obvio que no se iba a permitir intimidarse por mí.

— ¡No pienso hacerlo!—exclamé—. ¡O me dices, o te juro que te rompo el cuello!

— ¿Ahora te pones en plan mala? Lo hubieras hecho en la oficina—inclinó la cabeza, señalando la oficina del director. Fruncí los labios, y apreté más su cuello, él hizo una mueca, notablemente molesto por la presión que yo ejercía.

— ¡¿Cómo se supone que iba a saber yo que era un mafioso igual que tú?! ¡Dímelo, haber, chico listo! ¿Cómo me iba a dar cuenta?

—Deberías haberlo notado. Eres más inútil de lo que creí.

— ¡¿Qué dices?!—apreté con violencia su cuello.

—Aunque no debo de subestimarte cuando te comportas como una perra. En ese sentido no viniste al mundo tan fallada como me haces creer.

Movió sus manos, agarró mis muñecas, y con toda la facilidad, me apartó de él. Yo estaba haciendo fuerza para que no me zafara, pero él tenía más fuerza que yo. Era obvio. Intenté alejar los brazos de él, pero él presionó con fuerza. Solté una palabrota.

— ¡Marco tuvo razón cada vez que me dijo que me apartase de ti!—le grité, y por un breve segundo, su agarre aflojó un poco, pero lo suficiente. Zafé una mano, y le di un buen puñetazo en su rostro. Se echó hacia atrás, tocándose el labio inferior con una mano. Había sangre. Le había partido el labio. Tenía tanto enojo acumulado hacia él, que no me importó en absoluto. Tendría que haberle partido también la nariz. Daniel maldecía en voz baja.

Me quedé allí, mirándolo con odio. Demostrando que si debía volver a golpearle, lo haría. Una parte de mí me pedía a gritos que me detuviera, pues él me había salvado del que una vez fue mi director. Pero, por otro lado, podía ser muy orgullosa si me lo proponía. Y las cosas que me había dicho... yo no se lo perdonaría tan fácilmente.

—Ojalá nunca hubieras aparecido en mi vida—sentencié. Él frunció el ceño al verme. Parecía, ¿dolido? Imposible. Él no tenía sentimientos, no podía ponerse en la piel de alguien más para saber cuánto hería con sus actitudes y comentarios. Su boca se torció en un gesto, iba a contestarme algo, pero alguien más apareció a nuestro lado.

— ¿Podemos hablar?—Melody estaba parada a nuestro lado, y me miraba seriamente. Sus ojos se pasearon por Daniel, y vieron la sangre en su rostro, pero no le dio mucha importancia. No me había dado cuenta que la campana sonó, y ya los alumnos estaban saliendo de sus aulas para tomarse un merecido descanso.

—Claro—respondí. Ella asintió, y ambas nos alejamos de Daniel, no me volteé a ver su expresión. Melody se dirigió a una de las escaleras, subió dos escalones, y se sentó en el tercero. Esperé un poco, y luego la imité. Me senté a su lado, aunque sin tocarla siquiera. Tenía claro que debía alejarla de mí, y de todo lo que la pusiera en peligro.

Las sombras del ayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora