Capítulo 23: La bruja rusa.

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Ya nada era igual en su vida, y nunca volvería a serlo, ¿Debía estar feliz por eso? ¿O profundamente triste? Como un dia sin sol, como una noche sin luna ni estrellas, como una canción o poema sin emoción, como un enamorado sin su amor. Eso era él, en eso se habia convertido, en un hombre solitario, profundamente reservado, que dia a dia solo se dedicaba a gobernar Edirne, si hablaba lo hacia con su Agha de confianza, si caminaba lo hacia con sus guardias apartados a metros de él. De noche bebía hasta no recordar y desfallecer sobre su cama, las Kalfas siempre intentaban enviarle concubinas, no solo para cumplir con su obligación de dar descendencia a la dinastía, sino también con la esperanza de que aquella amargura que se habia llevado el brillo juvenil y radiante del príncipe, se acabara.

Lo que desconocían es que no era amargura, era una pena, demasiado profunda, una pena que acababa con cualquier rastro de luz o esperanza, el mundo parecía haberse apagado por completo, no habia nada que pudiera devolverle lo bueno. Hiso lo que no debía, débil y como un niño, lloro en silencio cada noche. Antes de ella, antes de conocerla, era una persona diferente, ella habia revolucionado su vida, volviendola más brillante, más feliz, más desesperante, más dolorosa, más fría, su vida se habia vuelto más significativa gracias a ella, de muchas formas, tanto buenas como malas.

El destino lucia incierto, el no saber que ocurriría a futuro con ellos, o si ese era realmente el fin ocupaba gran parte de sus pensamientos. En las noches mientras lloraba bebía, en las tardes cuando acaba sus deberes y no encontraba sabor o brillo a su vida, bebía. El vino se habia vuelto lo único que parecía mantenerlo atado a ese mundo despreciable al que se habia condenado por ella. Y cada noche revivía en sus pensamientos, el momento en que destrozo su amor, las lagrimas cayendo de sus hermosos ojos, sus palabras llenas de dolor. Lucho mucho para no apuñalarse a si mismo, cada vez que recordaba como la habia lastimado. ¿Cuando acabaría ese dolor que no lo dejaba vivir? ¿Cuando volvería a vivir? Respiraba, comía, caminaba, bebia, pero el estaba sin vida. Eso no era vida, su vida estaba en Topkapi, su vida estaba en el corazón de la sultana. 

-Su majestad, la concubina esta aquí- dijo Belú Agha, nunca desistirían, nunca se detendrían hasta que hubiera una favorita. 

-Adelante- susurro Mehmed sentado en la cama, con una copa de vino entre sus dedos. Las puertas se abrieron y por ellas paso Nurbanu. 

Quien siempre conseguía sobornar a las Kalfas para ser la elegida en ir a los aposentos del príncipe, aún cuando el no pedía que prepararan a nadie. Eran muy pocas las otras jóvenes de su harem que habia visto alguna vez, y salvo por Nurbanu, ninguna habia vuelto a cruzar la puerta de esos aposentos. Con la cabeza baja pero pasos firmes, con la tipica seguridad que la caracterizaba avanzo hacia él. Deseosa de finalmente y de una vez por todas poder entregarse al príncipe. En todo ese tiempo, él se habia vuelto el centro de su existencia, su razón de ser, todo a lo que aspiraba. Le encantaba verlo cuando cabalgaba, cuando caminaba por el jardín en compañía de algún hombre de gran rango. Secretamente lo habia espiado en los baños, dia a dia la pasión por el hermoso príncipe aumentaba, como el deseo de tenerlo, como el deseo de ser tomada por el, con la misma intensidad que alguna vez vio en aquel jardín de la capital.

No era necesario hablar mucho con él, para saber que no podía borrar a la imbécil sultana Mahidevran de sus pensamientos, la consolaba saber que no era la única en ser rechazada por el príncipe, ninguna de las idiotas que eran enviadas allí, perdían su virtud con él, y eso comenzaba a preocupar el harem, incluso corrían rumores de que el príncipe tenia problemas con su virilidad. Algo que Nurbanu sabia no era cierto, alguien capaz de tomar a una mujer con una pasión como lo hiso alguna vez, no tenia problemas para satisfacer a una mujer. Las primeras noches fue duramente rechazada, obligada a dormir en la cama, mientras luego de leer y beber durante horas, el príncipe acababa durmiendo en algún sofá. Ni siquiera quería compartir la cama con ella. Entendió rápidamente que nunca llegaría ni a una pequeña parte de él, si iba por el clásico camino de ofrecerse como carnada. En ese momento lo mejor era pretender ser una amiga, una compañera que estuviera con el en su soledad. 

Manisa tierra de amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora