Capitulo 25: Destino seguro.

545 53 17
                                    

Hermanas de la dinastía: "Aún en tu amargura, en tu odio y profundo dolor, no pudiste sacar a relucir tu maldad. Al menos no totalmente, no pudiste dejar de amar. Si te hubieras arrancado el corazón madre, las cosas habrían sido de otra manera...Pero solo eso fuiste, una mujer que amaba hasta la muerte" 

La muerte en la vida de la dinastía otomana, era un tema demasiado serio, se vivía con ella alrededor, muchas veces fue rápida, letal e impredecible. Pero otras veces planeaba su ataque, acechaba desde las sombras. Provocando que los descendientes pudieran sentir su frio helando los huesos de antemano. Fuera como fuera, esa noche no murieron, y no fue precisamente por los leones de la dinastía. Ya que el gran león se encontraba postrado con Hurrem a su lado, en el cuartel de los jenízaros que se encontraban bajo el control de Malkocoglu Balibey. Y los pequeños leones estaban con ellos, aterrados por no saber donde estaban la sultana de eterna belleza, y el león más maduro de ellos, así como la pequeña Sultana Neylan. 

No fue hasta que el palacio se tiñó de sangre, cuerpos muertos, y la habitación de Suleiman termino por consumirse en las llamas del fuego, que pudieron ser encontrados, ya que como obra del destino, por lo exhausto que se encontraba con la rebelión, tener que frenarla, y cuidar a los descendientes, termino por apoyarse contra la pared con un severo agotamiento, ya no sabiendo donde buscarlos, preguntándose si estaban muertos. Y cuando estaba dispuesto a retomar su misión y deber, como dándose un apoyo y pequeña fuerza a si mismo, con su mano se impulso, provocando que hundiera la piedra de aquella pared del pasillo, que hace solo unas horas la sultana Neylan habia hundido. 

Cuando los encontró el principe Mehmed estaba demasiado pálido, aún dormido, abrazada a él, estaba la sultana Mahidevran y Neylan. No tuvo tiempo de fijarse en aquel abrazo que compartían, porque inmediatamente los despertó, quien no despertó fue Mehmed. Cuya sangre perdida habia acabado con su estado de consciencia, por ordenes de un desesperado Balibey, sus hombres cargaron al príncipe, llevándolo inmediatamente a la habitación más cercana para ser atendido, ordenó que llamaran a un doctor cuanto antes, y que trajeran de regreso al Sultán, a Hurrem y a los príncipes, pues el peligro mayor ya habia pasado. Y él con su ejército habían destruido a esos rebeldes. 

La pequeña sultana aún con el alboroto provocado por llevar al príncipe y salvarlo cuanto antes, se encontraba profundamente dormida, en brazos de su madre. Quien no conseguía entenderlo, intento permanecer despierta tanto como pudo, solo en silencio, escuchando cada respiración y latido del príncipe. ¿En qué momento comenzaron a disminuir? La muerte se habia vuelto una fiel compañera en su vida, la noche anterior habia sido Mehmed, la próxima vez podían ser los otros príncipes, o incluso su hijo, o ella. El odio que entonces sentían por ella, era evidente, era considerada una traidora. ¿Y como no? ¿Que clase de madre se acostaba con el asesino de su hijo, e incluso se quedaba embarazada de el? Solo una madre horrible como ella, solo una mujer despreciable, solo una mujer indigna de ser madre. 

¿Cuando acabaría todo ese dolor, todo ese peligro, lucha? ¿Cuando podrían descansar de tantas trampas, tanta maldad que pudría el alma? Su mente lo repetía en ese momento más que nunca, Una Sultana no llora, Una Sultana nunca se deja llevar por los sentimientos, porque estos no son para ella. Una Sultana retiene su dolor con toda su fuerza, eligiendo morir, antes que mostrarlos. Aún cuando la pena y frustración quemaban sin piedad su garganta, solo se permitió derramar lagrimas en silencio, y sin ninguna expresión facial en su rostro, siendo solo sus ojos, los delatores de aquel pozo de dolor donde se estaba ahogando. Balibey no pudo evitar sentir la pena de la Sultana, siempre habia visto a las mujeres llorar, pero siempre lo hacían demostrando enojo, descontrol, un terrible odio, y si era por dolor, gritaban hasta romper el cielo por la fuerza de su grito. Era la primera vez que observaba a una mujer destruida por la vida, aún así manteniéndose firme. Era bastante fácil para la sultana inspirar un sentimiento de culpa por su sufrimiento, tanto que incluso hombres como Balibey retenían el deseo de abrazarla, consolarla y asegurarle que todo estaría bien. 

Manisa tierra de amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora