Capítulo 27: Un imperio.

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No es fácil explicar a unos hijos que su padre murió, no es fácil explicar a una devota y locamente enamorada esposa, que el amor de su vida murió, así como no es fácil explicar a todo un imperio que su padre murió. No es fácil llevar en tus manos la sangre de tu padre, independientemente de como fue o lo que hiso, pero por sobre todo, no es fácil ser la causa que desato una guerra civil de algunos meses, que provocó tantas muertes. Aún así con la cabeza en alto, paso por paso, todo fue explicado y declarado. Apesar de cómo murió Suleiman recibió un entierro digno, un Sultán como él, dueño de la era de las conquistas, no podía ser arrojado a la interperie cómo basura. Este acto hiso que el entonces Sultán Mehmed, ganara respeto por parte del pueblo. Eventualmente tuvo que ser explicada la causa de esa guerra, el amor prohibido no se reveló en ningún momento, se repitió todo lo que dijo la Sultana Mahidevran esa noche frente a los hombres influyentes de Manisa, la mayor parte del imperio mostró apoyo y aceptación, ya que eran seguidores del principe Mustafa y si su propia madre aseguraba que el principe Mehmed era más que apto para él trono, entonces lo era. La coronación se llevó a cabo un mes después del entierro de Suleiman.

El cielo no lloro por el, ni el Sol se oculto entre grises nubes, parecía ser un día como cualquier otro. Su muerte no influyó en el mundo exterior, pero si en el mundo dentro del palacio, el color negro se apoderó del lugar como era de costumbre y el castillo sucumbió ante un silencio de muerte. Cada principe lloro la muerte de su padre, y la Sultana Hurrem, permaneció encerrada en sus aposentos sin salir, ni siquiera a despedirse por última vez del ataúd, eso pensaban. Pero la verdad era que pudo observar por última vez cuando su amado era llevado a su meskita. El dolor era como un puñal que la obligaba a dejar un rastro de sangre que inundaba su habitación. ¿Qué hacer en ese momento? El amor de su vida había muerto, asesinado por su hijo, a quien también amaba. ¿Contra quién tomar venganza, contra quién desquitar ese dolor que le partía el alma? ¿Contra su querido hijo? No. Esa era la respuesta, no podía hacerlo contra él. Toda su vida pensó que viviría menos que su amor, pero su destino no lo permitió. En todo el mes de luto se mantuvo en un encierro constante, sin peinarse, sin bañarse, casi sin comer, ahogada en sus lágrimas de sangre. Ya había enfrentado la muerte, su querida hija había muerto. Pero solo con Suleiman pudo entender que perder a un hijo y perder al amor de tu vida, esa persona dueña de tu alma y corazón, son cosas muy diferentes. De la muerte de Mariam pudo reponerse, pero sabía que nunca podría hacerlo por Suleiman.

Aún así, salió finalmente el día de la coronación perfectamente arreglada y con una mirada aún más fría y despiadada que la muerte, con su anillo de esmeralda y su corona. Para presenciar junto a Mahidevran y la señorita Gulfem, la coronación de su hijo. La tensión silenciosa entre ellas dos, distanciadas por escasos centímetros era tan aterradora como filosa. Gulfem temia que en cualquier momento la Sultana Hurrem intentará matar a la Sultana Mahidevran. Pero nada paso, las miradas se concentraron en el momento en que Mehmed fue reconocido como el Sultán. La Sultana Mahidevran no pudo evitar sonreír, ese día que parecía incapaz de alcanzar, finalmente estaba allí. Ya no tenía que temer, porque su amado era la máxima autoridad, era él sultán. La sombra de la Sultana Hurrem se arrojó sobre ella, si pensaba que estaba a salvó, estaba muy equivocada. Porque a partir de ese momento, ella era la Sultana madre, y haría lo que fuera, por hacer pagar a quien destruyó a su familia.

Paseando por el jardín del palacio, a la vista de todos, y tomados de la mano, no podían sentirse mejor, las heridas del pasado aún estaban acompañándolos, pero ellos querían sanar de una vez todo el dolor que había enfrentado. Parecía que el invierno se había acabado. Mahidevran observo a su Sultán con más detenimiento que antes. Seguía estando en la flor de su juventud, ascendio al trono con solo 27 años, ella ya tenía 46, y aún cuando por fuera seguían conservando la belleza de la juventud, por dentro, el tiempo, los años que llevaron enamorados y distanciados, junto con todas las consecuencias que ese amor trajo, sin duda alguna los había envejecido. Había madurez en la mirada de su Sultán, aún nada estaba aclarado con respecto a su situación, pero eso no importaba, solo querían estar juntos y en paz, luego de tanto dolor. Mehmed no pudo evitar comunicarle que había conseguido encontrar el lugar donde se encontraba el cuerpo de su hermano Mustafa y que tenía planes de construir una meskita para él, para que ella pudiera ir a orar por su alma, así como las personas de la capital.

Manisa tierra de amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora