★ (IN)HOOMAN ★ [BILOGÍA COMPLETA]

41. (IN)COMPARABLE

Vanesa está, por fin, en los zapatos de Myre otra vez. Ahora noto la diferencia entre ambas más que nunca. Los últimos días han sido caóticos para ella y apenas nos hemos visto, a pesar de estar siempre dentro del mismo apartamento. Ha tenido reuniones virtuales, entrevistas, ofertas para evaluar y más.

Por momentos temo que me esté evitando a propósito para que la despedida no sea tan brusca, pero al aproximarme a su estudio escucho que trabaja bastante. Incluso la he encontrado componiendo en la madrugada.

Todavía no nos hemos sentado a conversar sobre lo que ocurrirá con el cambio de año. El tiempo se agota a cada segundo y no tengo ni idea de cómo continuará mi vida o dónde estaré en una semana. La ansiedad comienza a carcomerme lentamente.

Solo espero no tener que regresar con mis padres. Creo que casi cualquier otra situación sería mejor que aquella.

"Y Myre no me dejaría de patitas en la calle, ¿cierto?", me pregunto. Más allá de que nuestra extraña relación no incluye amor de pareja, sé que forjamos un lazo de aprecio mutuo. Ya sea como roomates, amigas o lo que fuese. "Si para mañana no me dice nada, abriré el debate yo", me prometo.

Espero no acobardarme.

Ahora estamos por salir rumbo a una sesión de fotos. Me ha permitido acompañarla para que vea un poco del detrás de escena y me pidió, de paso, que tomara algunas con su teléfono fotos para mandarle a Richie y que él las coloque en redes sociales. Iremos solas y en motocicleta porque el sitio no queda tan lejos.

—¿Lista? —consulta Myre desde el umbral que conecta la sala de estar y el resto del apartamento.

—Supongo. —Me encojo de hombros—. No es como si yo fuera a salir en las fotos.

Me pongo de pie y estiro los brazos hacia arriba mientras la observo. Ella va vestida cómoda y sin maquillaje, supongo que profesionales retocarán su apariencia al llegar. Carga con una pequeña mochila negra que tiene un parche de Nirvana.

Myre me arroja un casco de repente, y apenas hago a tiempo de atajarlo antes de que caiga.

—Vamos —anuncia y hace un gesto con la cabeza.

La noto tensa y un tanto distante. No como una emoción negativa en mi contra, sino más bien consumida por el estrés y el agotamiento. Se la ve desganada y, a la vez, comprometida. Es la clase de persona que cumple con sus obligaciones aunque las deteste.

Contengo un bostezo y la sigo hasta el elevador. Descendemos en silencio hasta el aparcamiento y montamos en el vehículo.

—El trayecto es de casi una hora —suelta ella.

—¿Eh? Me dijiste que íbamos cerca.

—No es tan grave —asegura—. Mi plan es detenerme en el camino para estirar las piernas y demás. —Enciende la motocicleta—. Pero prométeme que, si necesitas que aparquemos antes, me lo avisarás.