Capítulo 29. Odio

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Mauro

24 de noviembre del 2029.

Willow corre en el interior de toda la casa emocionada por su nuevo espacio. Es una casa mucho más grande que la anterior y es obvio, ya que el otro era un apartamento. Posee todas las habitaciones que Sabrina deseaba y una de sobra. Nos mudamos hoy y después de horas interminables junto con la ayuda de toda la familia, terminamos de acomodarlo todo.

—¿Cuál es tu nueva habitación?—pregunta Lucas. Willow se detiene y sujeta su mano.

—Vamos—Van escaleras arriba y desaparecen en el pasillo. Aitana a pasos lentos los sigue.

—Mauro…—Volteo a ver y la miro serio, Sabrina me ignora y sigue hablando—. Nos olvidamos de dos cajas en el apartamento, el de los álbumes y… Algunos cubiertos, ¿podrías ir por ellos?

—¿Qué haces parada?

—Ya puedo caminar, el doctor dijo que ya fue suficiente.

—No creo que sea suficiente.

Rueda los ojos y me abraza al tiempo que va esbozando esa preciosa sonrisa suya.

—Te amo.

—Te amo también, pero no va a funcionar, ve a sentarte.

Rueda los ojos y se va. El estado de Sabrina es un tema algo delicado, sigue en reposo por lo que sus sesiones con la psicóloga tienen que ser por videollamadas. Aunque el doctor dijo que está fuera de peligro, su plazo de reposar aún no acaba. Si bien, las pesadillas ya no son constantes, todavía tiene algunas y detesta el tacto de las personas desconocidas, en especial el de los hombres. Si no es alguien cercano a la familia, a quien ella considera de confianza, no deja que se le acerque, y está bien, tampoco estoy cómodo con la idea de algún extraño tocándola.

Siento un tacto en mi pie y observo. Sonrío al ver a la pequeña Dakota. Gatea por toda la casa regalándole sonrisas a cualquier simple mortal.

—Hola pequeña. ¿Puede tío cargarte ahora que el egoísta de tu padre no se encuentra?

Se sienta y balbucea cosas, extiendo mi brazo hacia ella y me imita por lo que, la cargo. Soy un hombre feliz, desde que Dakota llegó solo pude cargarla una tres veces y todos pasamos por lo mismo, Agustín es en serio un pesado.

—Woah, estás pesada. Has crecido mucho, Dakota.

Salgo con ella en brazos escuchando sus balbuceos. Finjo como si estuviera teniendo alguna conversación con ella y ríe encantada. Al llegar al jardín tengo la inmediata atención de su padre, pero lo ignoro y sigo con mi camino.

—Hola por aquí —saludo. Matías enarca una ceja y mira detrás de mí.

—Espero y hayas disfrutado de cargar a mi hija, porque ya no lo harás.

Mis labios forman un puchero y la abrazo, Dakota, se ríe.

—Yo también la quiero cargar—pide Mar entregando a su bebé con su papá y cuando sus manos intentan agarrarla, la aparto—. ¡Oye! No seas pesado.

—¿Sabes después de cuando volví a cargarla? Déjame.

—¿Sabes hace cuánto que no la cargo más? Dámela.

—Yo la encontré primero, espera tu suerte.

—¡Mauro! ¡No seas malo y dámela!

—¿Qué te hace pensar que lo haré?

—Marlene, tú tienes a tu bebé—interfiere Emanuel y luce ligeramente ofendido.

—A ella la cargo todos los días, a Dakota no.

Querido amor de mi vida [libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora