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En el momento justo que José y los demás batallaban por cerrar las puertas de la cocina, el cabo Juan abrió los ojos después de la muerte y comenzó a levantarse mientras incontrolables espasmos musculares inundaban su cuerpo

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En el momento justo que José y los demás batallaban por cerrar las puertas de la cocina, el cabo Juan abrió los ojos después de la muerte y comenzó a levantarse mientras incontrolables espasmos musculares inundaban su cuerpo. Ya para entonces, la mujer desmembrada había irrumpido en el dormitorio donde se encontraban durmiendo la gran mayoría de los militares. Su presencia causó grandes estragos en la oscuridad del local.

Con el rostro irreconocible debido a la fractura del tabique por los golpes recibidos, el ojo derecho con un buen edema periorbitario, el maxilar izquierdo a la vista por la ausencia de piel tras la mordedura recibida por aquel zombi y una cojera impresionante por las lesiones en la pierna, comenzó, el que una vez respondió al nombre de Juan, a dar erráticos pasos al interior de la habitación.

En menos de media hora aquel dormitorio había quedado despojado de vida humana. Lo que comenzó con un grito desgarrador que despertó al resto de los reclutas que ahí descansaban, se convirtió en una batalla campal donde los muertos ganaban terreno y soldados con cada mordida. En una canción de gritos, llantos, confusión, miedo y paranoia, bailó la muerte al compás de la sangre salpicada y la carne desgarrada.

En apenas una hora, el ejército de los zombis sumaba ya más de cien soldados. Lo que una vez fue la barraca donde cientos de personas descansaban por la noche, ahora era un caos total, con sangre y pedazos de extremidades esparcidas por doquier.

Por su parte, Marcos corrió varios metros sin mirar atrás. Llegó a la enfermería del lugar y dobló por ella. Apagó la luz de su linterna para no seguir llamando la atención. Su cuerpo mostraba signos evidentes de agitación, los latidos en el cuello le molestaban a punto de ser dolorosos. Le había dado la vuelta entera al recinto y, aun así, no se sentía seguro. Las imágenes de aquel hombre en el suelo siendo devorado en vida le atormentaban la existencia.

A pesar de no sentir ni a la doctora ni al hombre con el que había chocado, siguió poniendo tierra de por medio entre él y ellos. No sabía con quién se había tropezado, estaba más que seguro que le conocía, pero en el calor de la situación y la oscuridad de la noche no logró reconocerlo, sólo estaba seguro de que gracias a él seguía vivo.

Llegó al edificio principal y luego de cerciorarse de que ninguna de esas abominaciones le perseguía, realizó una parada justo enfrente de la puerta que daba paso a la edificación. Se sentía verdaderamente agotado, pasó su antebrazo por la frente para secar el sudor. La herida de su ceja todavía emanaba sangre y el contacto del sudor con la escoriación le provocó un ardor intenso.

Dedicó una mirada hacia atrás, en busca de aquella mujer, pero no la encontró por ningún sitio. Una sensación de falsa seguridad le inundó por unos escasos segundos. Suspiró grandemente doblado con las manos en las rodillas para recuperar el aliento, tomó una buena bocanada de aire por la boca y lo expulsó suavemente por la nariz.

—¿Qué ha sido todo eso? —Se preguntó a sí mismo, no esperaba respuestas, sobre todo, porque no había nadie que se las pudiera dar.

Se dispuso a entrar en el edificio cuando escuchó un grito de dolor que lo congeló en el lugar. Su respiración se pausó y sintió que su corazón se había enlentecido. Rastreó con la vista el camino por el que había llegado, pero no encontró nada más que un camino desolado y oscuro. Al primero de los gritos le sucedieron varios más y luego otros hasta convertirse en un bullicio interminable de dolor.

Macrófago vitae: Infección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora