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La carretera no era la mejor, estaba repleta de baches, incluso de algunos más grandes de lo habitual, pero a pesar de todo el Jeep militar conducido por el Dr

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La carretera no era la mejor, estaba repleta de baches, incluso de algunos más grandes de lo habitual, pero a pesar de todo el Jeep militar conducido por el Dr. Méndez avanzaba a una velocidad considerable. Llevaban prisa, en especial el doctor, sabía que tenía que alertar al gobierno lo más rápido posible antes de que fuera demasiado tarde para revertir la situación, aunque lo que realmente le apuraba, era salvar su propio pellejo.

La unidad militar la dejaron atrás en poco tiempo. Se habían despegado de ella un kilómetro ya, pero sabían que no estaban a salvo aún. Ellos salieron, sí, pero los muertos vivientes también lo hicieron tras ellos. No todos lo lograron, algunos de aquellos seres quedaron perdidos dando tumbos de un lugar a otro encerrados para siempre en aquella base militar. Sin embargo, la mayoría marchó tras el Jeep que logró escapar, de momento, de las garras de la muerte.

Era pleno mes de agosto y el verano estaba en su clímax. Pese al intenso calor, el aire campestre de la noche castigaba a los cinco miembros del Jeep. Al inicio les asentó muy bien. El viento desprendido por la velocidad del carro los abrazaba constantemente refrescándolos del calor de correr y luchar por sus vidas, lo cual fue bien aceptado por todos, pero cuando las gotas de sudor se secaron, el aire frío junto a la humedad del campo los comenzó a torturar.

El doctor tenía los brazos rígidos sobre el volante, trataba de mantenerlo fijo ya que, con los cientos de desniveles que poseía la carretera, en más de una ocasión la dirección del auto quiso dominarse sola. Su mente era un caos, no sabía cómo todo se le había ido de las manos tan irremediablemente. No había contado toda la verdad de lo sucedido en los laboratorios del Sector Nueve, no podía hacerlo, se había limitado a cambiar la historia a su favor.

Él fue el encargado de que todo se viniera abajo, pues, al ver que los ensayos en animales no daban los resultados que tanto buscaban y que ni siquiera se acercaban a lo esperado, quiso pasar a un siguiente nivel y probar con personas. Algo que se iba de todas las leyes de la ciencia, sabía que eso no le sería permitido por no ser seguro para el candidato. Pero su obsesión con su nuevo descubrimiento era tan grande, que estaba dispuesto a arriesgarlo todo, incluso, su título y puesto de trabajo.

Así que, cuando la nueva variante estuvo lista, sin ser detectado logró sacar una pequeña, pero letal muestra y la vertió en el contenido de una taza de café que dio al azar a sus compañeros de trabajo. Sin saberlo, había sentenciado a muerte no solo aquel pobre hombre, sino a todos en aquel lugar. La nueva cepa del virus nunca llegó a ser probada en animales, Méndez no dio tiempo a que eso sucediera.

El desdichado fue el Dr. Ronald, quien tras tomar su último trago de cafeína quedó condenado a una muerte inminente. Luego de esto fue mordido por uno de los perros que serían sujetos a las pruebas. El animal no pudo ser inoculado debido al accidente ocasionado, pero sirvió de excusa perfecta para distorsionar la realidad y contar a su favor los hechos.

Tras dicha mordedura, la salud del doctor se deterioró velozmente, no dio tiempo a casi nada. Todos se preguntaban cómo era posible que una simple mordida le hubiera ocasionado semejante estado, todos menos Méndez. Él sabía que aquel virus letal que habían creado y que nombraban Macrófago vitae circulaba en su torrente sanguíneo, incluso lo hacía a una mayor velocidad de lo que podía haber imaginado.

Macrófago vitae: Infección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora