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El grupo de seis, liderado por Junior y Jesús, llegó al punto de acceso que sus camaradas militares habían desplegado en la otra entrada del pueblo

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El grupo de seis, liderado por Junior y Jesús, llegó al punto de acceso que sus camaradas militares habían desplegado en la otra entrada del pueblo. A pesar de que se habían despegado de la masa de muertos que les perseguía gracias a los disparos de ambos militares, sabían que los tenían casi encima y que sería sólo cuestión de tiempo para que llegaran a ellos.

Al llegar, lejos de encontrar ayuda, se toparon con más de aquellos seres merodeando por todos lados. Para su sorpresa, los militares también formaban parte de la masa de cuerpos errantes. El Chevrolet azul que habían perseguido hasta allí, se hallaba abandonado en aquella desolada carretera. Su carrocería poseía tanta sangre e impactos de bala que daba la impresión de haber sido un auto sacado de la segunda guerra mundial.

—¡No puede ser! ¡Mierda, no puede ser! —protestó Junior deteniendo su carrera.

Los muertos detectaron inmediatamente la presencia del nuevo grupo de presas y, con un alarido en conjunto, se lanzaron a la carrera hacia sus nuevos objetivos.

—¡Corran, corran! —ordenó a toda voz Junior al tiempo que disparaba contra la masa dispersa de muertos.

—¡No me queda munición! —alertó Jesús echando a correr.

—¡Atravesemos por el monte! —propuso Tomás, aunque el tono de su voz salió con carácter imperativo.

Alejando y María comenzaron a correr siguiendo a Jesús, corrían agarrados de la mano. Él, tras perder el porta suero al quedarse atascado en el cráneo de uno de los zombis cuando aún se encontraban en el pueblo, se dedicó a ayudar estrictamente a María. Pues ella desde hacía un tiempo había comenzado a rezagarse respecto al grupo, siendo Alejandro el que trataba de mantenerla con el ritmo que imponían los militares.

Marcos tardó unos segundos para recuperar el aliento antes de salir corriendo en la dirección que había sugerido Tomás. Se sentía sofocado, cada paso estaba siendo un suplicio para sus pulmones. Nunca en su vida había corrido tanto, pues debido a su asma no practicaba mucho deporte. Pero el estar bajo una amenaza de muerte constante le hacía llevar su cuerpo al extremo para sobrevivir.

Atravesaron una pradera de unos casi cincuenta metros para llegar a una cerca rudimentaria. La misma consistía en unos palos incrustados en la tierra a una distancia de metro y medio uno de otro y unidos entre sí por tres hileras de alambres púas a una separación de apenas treinta centímetros. La cerca limitaba todo el perímetro de una finca con una vasta extensión de tierras. Del otro lado de ella un rebaño de casi veinte vacas pastaba al libre albedrío cerca de una plantación de mango, en donde se encontraba un campesino recostado a uno de los árboles dormitando.

—¡Vamos por allí! —gritó Junior-.—¡Crucemos esa cerca!

Alicia y Alejandro fueron los primeros en llegar. Ella, se agachó para cruzarla mientras él distendía con sus manos el espacio entre un alambre y el otro para evitar que se enredara con la ropa. Una vez estuvo del otro lado, Alejandro cruzó tan rápido como pudo. Sin embargo, su cuerpo no era tan delgado como el de Alicia y se llevó un buen arañazo con una de las púas en la espalda, lo que provocó que diera un grito de dolor.

Macrófago vitae: Infección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora