El coronel Alfonso cortó comunicación cuando escuchó dos disparos, salió como caballo desbocado hacia donde estaban sus hombres. Al llegar vio como tres personas avanzaban a la carrera hacia la barrera que ellos habían instalado.
—Dispárenle a la cabeza —dijo sacando su pistola y abriendo fuego.
Tras una breve ráfaga de disparos los tres cuerpos quedaron tendidos e inmóviles en el asfalto, bajo un sol abrasador que se encontraba en lo más alto del firmamento.
—Cualquier persona que intente acercarse, le dan una voz de alto y si no se detienen disparan a la cabeza —ordenó Alfonso con cierto tono de preocupación en su voz.
Los soldados sólo se dedicaron a asentir y se colocaron nuevamente en sus posiciones atento a la carretera.
—Ustedes dos —dijo dirigiéndose a dos soldados—. Busquen al doctor Gutiérrez, que venga con el botiquín de primeros auxilios, iremos a revisar esos cadáveres.
Gutiérrez, llegó tras unos instantes a donde estaba Alfonso acompañado de los dos soldados, en su mano llevaba un pequeño maletín y a su cuello colgaba un estetoscopio. Se había colocado unos guantes para evitar cualquier tipo de infección.
—Iremos a examinar esos cadáveres —informó Alfonso apenas llegó el doctor—. Ustedes dos también vendrán —ordenó, esta vez dirigiéndose a los soldados que acompañaban al médico.
Los cuatros salieron con pasos apresurados hacia los cadáveres. Al llegar pudieron apreciar que, independientemente de los disparos, los cuerpos, tal como había dicho el soldado que avisó de la presencia de ellos poseían muchas más heridas. A uno de ellos, quien fuera una vez un maestro de la localidad le faltaba el brazo derecho en su totalidad, además, presentaba múltiples heridas en su cuerpo y su ropa estaba hecha girones.
El segundo de los cadáveres se trataba de una joven, quien a pesar de su pálido rostro poseía una belleza singular. No llevaba nada que le cubriera el tronco, dejando ver sus pechos mordisqueados y una herida de tamaño considerable en su abdomen, de la cual afloraban pedazos de intestino.
El tercer occiso, se trataba de una señora adentrada en años, su rostro estaba totalmente desfigurado al punto de ser irreconocible. Su cuello era un amasijo de carne desgarrada, la sangre reseca en su ropa contenía tierra pegada a ella como si se hubiera caído y restregado por la misma.
—¡Santo Dios! —exclamó Gutiérrez tras ver las horrendas lesiones que presentaban aquellas personas.
Uno de los soldados respiró hondo al tiempo que cambiaba la vista de los cuerpos y trataba de no pensar en ello. El otro, simplemente no pudo contener el vómito que sobrevino apenas acercarse. Alfonso, por su parte no dejaba de pensar en la conversación con aquel desconocido y los datos que le había brindado y que él desconocía.
—Me parece increíble que estas personas en estos estados hayan llegado hasta aquí —advirtió Gutiérrez—. En especial las dos mujeres. Si no fuera porque yo mismo los vi corriendo antes de entrar a mi tienda de campaña diría que es imposible.
—Doctor, asegúrese de que estén verdaderamente muertos —ordenó el coronel—. No quiero sorpresas —murmuró tan bajo como pudo.
—No lo considero necesario, las heridas de bala en las múltiples partes del cuerpo, sumado a las heridas anteriores son más que suficiente para confirmar que están más que muertos, es algo obvio.
—¡Deténgase o disparo! —gritó al tiempo que apuntaba con su fusil uno de los soldados que los acompañaba al ver a una persona acercarse a ellos a toda prisa.
Todos cambiaron la mirada hacia el soldado y luego hacia la persona que se acercaba. Esta tenía la espalda en llamas y a su rostro le faltaba la mandíbula dejando ver una lengua enmorecida moverse en forma de péndulo, sin embargo, caminaba como si no le interesara, como si no acusara dolor alguno.
—¿Qué… qué demonios es eso? —preguntó atemorizado uno de los soldados.
Alfonso, incrédulo a lo que tenía delante de sus ojos alternaba su vista entre aquella monstruosidad y los soldados de la barricada quienes apuntaban al recién llegado.
—No es posible… —dijo sorprendido Gutiérrez—. ¿Cómo es posible que siga vivo?
—Deténgase o… — El soldado no pudo terminar su frase, Alfonso desenfundó su arma reglamentaria y disparó dos veces a la cabeza del sujeto.
—Regresemos —ordenó, en su voz se notaba cierto apremio.
Los cuatro regresaron corriendo a la seguridad que le propiciaba la barricada que habían formado. Al llegar dio órdenes estrictas de disparar a todo lo que se intentara acercar sin importar que fuese. Tras lo cual se dirigió con urgencia a su tienda para hablar por la radio. El doctor Gutiérrez le siguió.
—Al habla el coronel Alfonso del Escuadrón de los Gallos Rojos encargado de la misión especial BMS9. Cambio —dijo en un tono serio mientras se secaba el sudor de la frente.
—¿Qué sucede coronel? ¿Cuáles son las noticias? —preguntó una voz a través de la radio.
—Hemos tenido un encuentro con los infectados. —Tomó un tiempo en continuar hablando para procesar sus ideas—. Hemos tenido que matarlos.
—Primera orden que ejecuta bien coronel. —Las palabras de la persona detrás de la radio hicieron que la cara de Alfonso se ruborizara de la impotencia—. Recuerde que es de suma importancia que no salga nadie más del perímetro.
—Si señor —dijo con un hondo suspiro, uno que denotaba culpabilidad.
Gutiérrez se encontraba petrificado con lo que acababa de escuchar, no sabía qué estaba sucediendo, no tenía forma de imaginarlo tan siquiera, pero estaba seguro de que algo bueno no era.
—¿Ha tenido noticias del bloque dos o de sus hombres? —preguntó la voz de la radio.
—Negativo señor, pero tuve un contacto por radio de un sobreviviente de la base militar. Dice ser un científico de un área llamada Sector Nueve y que estamos ante la presencia de un virus nuevo que convierte a las personas en zombis.
—¿De quién se trata? ¿Cuál es su situación?
Alfonso rebuscó en su memoria al tiempo que se daba cuenta de que aquel hombre con el que había contactado decía la verdad y que era él su única esperanza para solucionar todo cuanto estaba aconteciendo. Gutiérrez se había acercado lo suficiente al coronel hasta que este notó su presencia y ambos intercambiaron miradas de complicidad, aunque la del doctor denotaba cierto grado de incredibilidad.
—Su nombre no lo recuerdo, pero sé que se apellida Méndez —informó.
La tienda de campaña quedó en un silencio desesperante por unos instantes. Gutiérrez en su cabeza trataba de encontrar respuestas a las preguntas que en ella se formulaban al tiempo que alternaba la vista entre Alfonso y la radio. Ambos llevaban más de una década trabajando juntos y era la primera vez que el galeno apreciaba al coronel comerse las uñas.
—¿Radamel Méndez? —inquirió la persona del otro lado de la radio.
—Sí, ese fue el nombre que me dijo: Radamel Méndez —afirmó el coronel.
—No es posible —dijo la voz a través de la radio—. ¿Está seguro que ese fue el nombre que le dio?
—Totalmente señor.
—No es posible, según nuestros archivos Radamel Méndez emigró hace cinco años de manera ilegal para los Estados Unidos. La persona que se comunicó con usted no puede ser él.
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Macrófago vitae: Infección.
Science FictionTras un experimento fallido, en un laboratorio secreto de una base militar cubana; un pequeño pueblo de campo sucumbe a un apocalipsis zombi. Historias llenas de terror y desesperación, les esperan a las personas; las decisiones que tomen les cambia...