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María y Alejandro corrían desesperados por el cementerio

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María y Alejandro corrían desesperados por el cementerio. Tenían a dos zombis pisándoles los talones. El pequeño Yerandy, en brazos de Alejandro, se había quedado completamente inconsciente y estaba totalmente enchumbado en sudor. Su cuerpo ardía al tiempo que los latidos de su corazón estaban desbocados.

Corrían por el entramado de tumbas dispuestas organizadamente en hileras. Habían sentido el rotor del helicóptero, pero estaban tan enfrascados en huir de sus agresores que no le prestaron atención. Tampoco lo hicieron cuando comenzaron los disparos en la calle, para entonces, ellos estaban alcanzando la salida trasera del cementerio.

Los pies de María comenzaban a sufrir, el correr descalza era una prueba sumamente difícil para la joven, en sus delicados pies comenzaban a aflorar las primeras ampollas y el dolor comenzaba a restarle velocidad.

La puerta de salida, estaba a escasos metros de ellos, los dos zombis que les perseguían casi les estaban dando alcance. Estos, no era mitigados por el cansancio y podían resistir cualquier cosa que se les pusiera en frente.

Alejandro rebasó la puerta y tirando de una de las rejas metálicas cerró una de sus hojas. Le realizó una seña a la madre del pequeño y salió corriendo. María fue directo hacia la otra reja y la cerró tan rápido como pudo, sus pies le dolían demasiado y sentía los latidos de su corazón en ellos. Su respiración era irregular, denotando el gran esfuerzo que realizaba para mantener el ritmo de la carrera.

Cuando por fin logró cerrar la puerta, se dispuso a seguir corriendo, pero una mano se aferró a su blusa a través de los barrotes de la reja. Esta, la detuvo en seco y casi cae al suelo, el muerto tironeaba de ella con énfasis desenfrenado, quería darle alcance e hincar sus dientes en su carne a como diera lugar. Tenía a su víctima tan cerca que casi podía sentir su sabor.

La joven no dejó de luchar, estaba convencida de algo, haría lo que fuera necesario para encontrar ayuda para su pequeño hijo. En el forcejeo por liberarse, zafó los botones de la blusa quedando en ajustadores en el medio de la calle. Por un instante, se olvidó de su pudor, lo único que le interesaba era salvar la vida de su pequeño.

El muerto que la sostenía se quedó forcejeando con la reja en un intento vano de retomar el control de su presa. A él, se le sumó el otro perseguidor y ambos quedaron ahí, extendiendo sus brazos a través de los barrotes y lanzando dentelladas al aire.

Alejandro había encontrado el consultorio que había mencionado, pero estaba cerrado. El médico que ahí trabajaba, no había logrado llegar a su trabajo en el día de hoy puesto a que la entrada al pueblo había sido prohibida por los militares. Sin embargo, el joven fisiculturista, sabía que dentro, podía hallar valiosos insumos médicos que podrían servirle de ayuda para, aunque sea, bajarle la temperatura al menor.

Le bastaron dos buenas patadas para que la cerradura de la puerta cediera y que esta se abriera. En ese preciso momento, se sintió una explosión mucho más cerca de lo que le hubiera gustado, miró a todos lados, pero todo continuaba igual, sin nadie a la vista.

Macrófago vitae: Infección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora