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Cuando el Jeep que conducía el Dr

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Cuando el Jeep que conducía el Dr. Méndez se atravesó en el camino del autobús, Roger pisó el pedal del freno y dio un rápido corte a la izquierda. El impacto fue evadido por escasos centímetros. Sin embargo, desafortunadamente la bala perdida de la Makarov de Marcos, alcanzó el neumático delantero derecho del autobús.

Hubo una explosión seca que hizo que la goma se abriera a la mitad y esta salió desprendida varios metros hacia arriba, lo cual provocó que la estructura metálica de la llanta impactara en el suelo rasgando el asfalto y liberando un sinfín de chispas. Por el desnivel de neumáticos el autobús se inclinó peligrosamente a la derecha. El chofer intentó corregir la inclinación, pero resultó un intento fallido. Se precipitó irremediablemente hacia el lado carente de neumático, quedando volcado al lado izquierdo de la carretera.

María logró amortiguar el golpe de su pequeño hijo con su cuerpo, el cual, gracias a ella, no recibió daño alguno. En cambio, la joven recepcionista se encontraba inconsciente en el costado de la guagua que estaba pegado al asfalto, escondida tras unos asientos.

Yerandy se puso de pie al instante. Su uniforme ya no estaba perfectamente alisado como al salir de casa esta madrugada. La camisa del escolar estaba en su gran mayoría fuera del short y tenía varios botones desabrochados. No encontró una explicación lógica para lo que acababa de ocurrir. Buscó con desesperación a su madre, en sus ojos era como si el mundo se hubiera volteado todo hacia un lado. No entendía por qué los asientos estaban ahora en una posición imposibles de usar.

Sintió varios gemidos de dolor que lo único que lograron en él fue su desesperación. La respiración se le aceleró considerablemente, algo en su infantil cerebro le decía que todo estaba mal. No podía encontrar a su madre, aunque ella estuviese justo delante de él, no la hubiese reconocido, pues la desesperación por la que estaba pasando el pequeño de cinco años era tanta que le cegaba la visión. Sus ojos se empañaron y varias lágrimas se apresuraron sobre sus mejillas.

—¡Mamá dónde estás! —Gritó con la voz quebrantada por el llanto incontrolable—. ¡Dónde estás! —Repitió.

Alejandro, un hombre de veinticinco años que había abordado al autobús cinco paradas antes que ellos lo hicieran, detectó los sollozos del pequeño al instante. Él casi, no recibió golpes con el impacto, pues apenas el bus amenazó con doblar se aferró tan fuerte como pudo del asiento delantero al de su posición y al voltearse quedó enganchado a este. Su condición de fisiculturista le facilitó la maniobra, ya que su entrenamiento estaba destinado mayormente a la práctica de calistenia.

Alejandro acortó la distancia que le separaba del pequeño, lo hizo brincando varias filas de asientos. Al llegar lo levantó en peso con cuidado de no darle un golpe con los asientos de la fila contraria que les quedaban justo encima. El pequeño era tan liviano que no le costó el más mínimo esfuerzo.

—Tranquilo pequeñín, todo estará bien —dijo con voz serena mientras echaba un vistazo a todo a su alrededor, trataba de encontrar a la madre del pequeño.

Macrófago vitae: Infección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora