Epílogo

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El camión militar llegó, en menos de cuarenta minutos, al cuerpo de guardia del Hospital Militar Carlos J

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El camión militar llegó, en menos de cuarenta minutos, al cuerpo de guardia del Hospital Militar Carlos J. Finlay. El chofer entró tocando el claxon, formando una algarabía desquiciante a los oídos de todos. Iba contrario y a toda velocidad por la rampa que daba a la puerta de entrada al área designada para los casos con politraumas.

Las personas que estaban pasando o que esperaban en los alrededores, salieron corriendo y se hicieron a un lado, al ver a semejante bestia de hierro irles para arriba. Los insultos al chofer no fueron pocos. Otros, en cambio, tuvieron un pensamiento un poco más humano y piadoso:

—Debe de venir un caso grave ahí —dijo una señora que pasaba por la será de enfrente.

—¿Dónde habrá sido el accidente? —comentó otro.

—¡El pobre, se le saló la vida! —exclamó un hombre adentrado en años que se encontraba sentado en el muro del jardín del hospital fumándose un cigarro.

A menos de diez metros de la entrada, el chofer pisó el freno a fondo y el camión realizó un chillido ensordecedor producido por la fricción de las gomas con el pavimento.

Los médicos que se encontraban de guardia, que hasta ahora habían tenido una mañana poco ajetreada, salieron a la carrera a ver qué había llegado.

—¡Una camilla! ¡Una camilla, rápido! —gritaba el chofer al tiempo que se bajaba y corría para la parte trasera del camión.

La camilla, increíblemente, llegó en un abrir y cerrar de ojos. Del camión dos soldados bajaron a Tobías sujetándolo por los hombros y piernas, una vez abajo, el chofer ayudó a acostarlo en la camilla.

El camillero comenzó a movilizar la misma hacia el interior del hospital con pasos apresurados. Los médicos, al ver el estado en el que se encontraba aquel joven, comenzaron a tomarle los signos vitales en el propio camino. Uno de los doctores se quedó para hablar con los que lo habían traído.

—¿Qué le sucedió? —preguntó el Dr. Montoya, quien era especialista en cirugía general y jefe del servicio de urgencias en el hospital.

—No sabemos a ciencia cierta doctor —dijo uno de los soldados—. Sólo sabemos que entraron a contener una protesta en un pueblo y que regresó él sólo en ese estado.

—¿Una protesta? —preguntó el doctor confundido—. ¿Se dio algún golpe, tuvo algún trauma en la cabeza? —insistía haciendo preguntas con el fin de sacar información valiosa que le sirviera de ayuda para orientarse en el diagnóstico.

—Tuvo una crisis convulsiva en el campamento —dijo el chofer del camión—. Le inyectaron algo para detenerla y nos encargaron traerlo para aquí.

—¡Doctor Montoya, venga urgentemente! —gritó uno de los doctores desde el cubículo donde habían puesto a Tobías.

Montoya fue a toda prisa, al llegar, se topó con que el joven militar poseía una herida ennegrecida y con bordes irregulares en la espalda, a nivel de la escápula derecha. Alrededor de esta, toda la zona se encontraba edematosa y algo violácea. Además, unas venas gruesas formaban patrones irregulares que salían desde la herida hasta diversas partes del cuerpo.

—¡¿Qué es esto?! —inquirió sorprendido Montoya—. Nunca había visto algo similar. El grado de necrosis es considerablemente grande.

—También está hirviendo, posee una tensión de sesenta cuarenta, una saturación de ochenta y un Glasgow en siete —advirtió uno de los doctores.

—¿Qué hacen que no lo han entubado? —protestó molesto Montoya—. Pásenme un laringoscopio y un tubo endotraqueal, ya lo hago yo.

»Rachel —dijo Montoya dirigiéndose a una de sus residentes al tiempo que se colocaba los guantes, esta le miró al momento—. Llama al salón, avisa que vamos con una urgencia, que llamen a los ortopédicos, a los angiólogos y a los neurocirujanos también. Que se movilicen lo más rápido posible.

—Sí —dijo la joven y salió corriendo del local.

—García. —Esta vez Montoya se dirigió a un residente de primer año de cirugía—. Ve a la farmacia central y gestióname el antibiótico más fuerte que haya en existencia en farmacia, cuando lo tengas lo subes al salón, lo quiero para ayer, ¡¿entendido?!

García asintió con la cabeza y, al igual que Rachel, salió corriendo para su destino. Montoya, entubó a Tobías con suma facilidad y colocó a uno de los enfermeros a darle ventilación con el ambú de manera constante y regular. Siguió dando órdenes a los demás médicos y enfermeros del equipo y se aseguró de que llamaran al banco de sangre para que le facilitaran sangre del tipo: O negativa.

Sin mucho más que hacer, el cuerpo inconsciente de Tobías fue trasladado por Montoya y el enfermero al elevador que los llevaría al piso del salón de operaciones.

En el cuarto piso, se encontraban frente al elevador dos anestesistas esperando la llegada del Dr. Montoya. Por la urgencia transmitida por la doctora Rachel desde el teléfono de cuerpo de guardia, lo que estaba subiendo por aquel elevador era un caso sumamente delicado, tanto, que sería el mismísimo Montoya quien lo operara bajo la asistencia de tres especialistas, como él mismo había solicitado.

Las puertas del ascensor se abrieron y los dos anestesistas dieron un grito desgarrador que retumbó por todo el largo pasillo. Dos enfermeras del salón de operaciones al sentir el grito salieron a ver qué estaba ocurriendo, ambas quedaron petrificadas por lo que se dejaba ver ante sus ojos.

Dentro del ascensor, todo era un caos, tanto las paredes como el techo, estaban llenos de salpicaduras de sangre, el piso del mismo, era un manantial espeso del vital líquido rojo. Dentro había tres personas, una de ellas estaba tirada en el suelo con la garganta destrozada, era el prestigioso cirujano Montoya. Aún se encontraba agonizando, ahogándose en su propia sangre. A su derecha había una persona agachada enfrente de otra que estaba recostada e inmóvil en la pared posterior del ascensor.

Al sentir los gritos de los anestesistas, aquel engendro de la naturaleza se volteó para ver la fuente del sonido, llevaba un tubo endotraqueal colgando de su boca ensangrentada. Una vez localizó a sus nuevas presas, se lanzó como una fiera a por ellas. Los anestesistas no tuvieron tiempo a reaccionar, para cuando se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, ya era demasiado tarde para ellos.

Macrófago vitae: Infección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora