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Edan

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Edan

Aprieto mis manos en puños y parpadeo con desconcierto. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—¿Por qué tendría un arma?

Ella baja el rostro. Algo en mi pecho quema. No quiero pensar nada raro, pero ella parece asustada.

—¿Qué es lo que ha pasado? —me atrevo a preguntarle directamente.

Comienza a negar. Vuelve a llorar frente a mí y se hace un lado.

—Solo entra —me dice con la voz temblorosa. Camino con incomodidad dentro de la casa. Hay una señora encamada en la sala; el televisor encendido.

Sus ojos me observan con mucha curiosidad. Parece tener ochenta años, cabello despeinado y rostro arrugado. Permanezco en el mismo lugar, su brazo tembloroso se levanta y pienso que va a pedirme que me acerque, pero solo levanta el dedo del medio para mostrármelo. ¡Qué grosera!

—Seguro vienes a follarte a mi nieta Alba, descarado, degenerado, estirado —la otra mujer la interrumpe.

—Es compañero de Emil —le explica a la señora. Ella me observa con mala cara —. Y tú nieta se llama Emil, no Alba.

La señora solo me observa a mí.

—Seguro le meterás esos dedos tan limpios —sacude el rostro —. Los jóvenes solo piensan en eso —se queja.

—Es mi madre, la Chelu —me explica la mujer que abrió la puerta—. Yo soy Chantel.

—Es un gusto, —respondo muy tenso, pensando en que la señora me va a lanzar con la pequeña almohada que ha levantado. Sus ojos me atraviesan como dagas.

¿En qué ofendí a la señora?

Chantel se acerca a mí.

—Tiene Alzhéimer, hoy está de mal humor, lo lamento.

—No se preocupe.

Suelta un suspiro.

—Emil está en la habitación al final del pasillo, no quiere hablar conmigo. Espero que la puedas hacer hablar.

Camino lentamente, las paredes tienen la pintura desgastada, se ven algunas filtraciones en el techo, hay humedad y zonas oscuras. Algunos cuadros viejos reposan en las paredes del pasillo. No hay puertas, solo cortinas floreadas cubriendo el marco. Me detengo al final del pasillo, muevo la cortina hacia un lado.

Mi respiración se acelera.

Emil está recostada sobre una cama pequeña. Está hecha un ovillo con su rostro en dirección a la pared. La ventana cubierta con un pedazo de madera que parece que la colocó ella.

Escucha mis pasos, pero no se gira. Tiene ropa desgastada, el cabello hecho un desastre y sus sábanas parecen tener manchas de sangre.

—Vete —murmura con la voz temblorosa—. No quiero hablarte Chantel.

—Emil—en cuanto escucha mi voz se incorpora de golpe. Entonces, se gira.

Suelto un jadeo al notar su rostro.

Tiene el labio partido, un ojo morado y un pómulo violeta. Algunos cortes en los brazos con heridas que parecen recientes. Alguien le ha dado una paliza. A ella y a la tía y nadie tiene que hacerme un maldito mapa para entender todo de golpe.

—No sé si esto es una alucinación o ya morí —confiesa de pronto —. Pero si ya morí solo bésame.

Me pide extendiendo su mano. Con honestidad creí que me echaría de su habitación. Doy varios pasos en su dirección y tomo asiento a su lado.

—¿Qué ha pasado? —la pregunta sale con miedo y mi mano se mueve de forma automática para sujetar su barbilla y escanear todo su rostro. Su mirada se concentra en mis labios, la mía en sus ojos y en las heridas. 

—Le debo dinero a gente muy mala y se metieron a la casa. Esto solo ha sido una advertencia.

—¿Cuánto dinero debes?

Ella rodea mis muñecas con sus delicadas manos y nuestras miradas se conectan. Siento demasiada impotencia y molestia hacia mí mismo. Yo provoqué que a ella le pasara todo esto.

—Mucho, Edan—explica —. Has visto en las condiciones que vivimos, somos pobres, apenas sobrevivimos.

Suelto un suspiro observando la manera en que sus ojos se cristalizan. Cierra los ojos y sin esperármelo recuesta su cabeza en mi pierna y me observa desde abajo. Por alguna extraña razón permito que lo haga.

Agarra mi mano y la lleva a su cabeza. Quiere que le acaricie el cabello; lo hago con algo de incomodidad. Cierra los ojos.

—Perdóname, Emil —susurro con la voz afectada—. Esto es culpa mía.

—No lo es.

Y toda mi percepción sobre ella cambia de golpe. ¿No me odia? 

—Debiste decirme —murmuro agarrando un mechón de su cabello.  Se lame los labios, mis ojos se desvían a esa zona. 

—Hola, soy Emil Turner, pobre, ahogada en deudas —comienza a decir ladeando una sonrisa —. Eso hubiese sido raro.

—Debiste ser honesta.

—Está en el pasado —me dice cerrando los ojos —. No sé qué estás haciendo aquí, pero gracias por venir. Me ha sorprendido que tengas una pizca de preocupación por esta irritable chica que te hace perder la paciencia.

—Emil —la obligo a alejarse de mí. Ella rueda los ojos—. Vuelve a la universidad —le pido —. Vuelve a la CEDU, todavía nos queda el espacio del vicepresidente.

Ella se pega a la pared y cruza sus piernas.

—No puedo —susurra.

—¿Por qué?

—Yo...no pertenezco ahí —baja la mirada —. Tenías razón, no sirvo para ningún puesto, solo pierdo el tiempo.

—Solo regresa, yo me encargo de lo demás.

Me pongo de pie.

—Vístete.

Su rostro se arruga. 

— ¿Ya estás dándome órdenes?

—Apresúrate.



Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora