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Edan

Luego de hacerle el amor, sujeto su rostro para besarla por un rato más, incapaz de separarme de ella. Cuando nos alejamos, me arrastra hasta el cuarto de baño para también ducharse conmigo y me pide pasar la esponja por todo su cuerpo. Lo hago admirando cada centímetro de su piel. Pensando en que jamás quiero perderla.

Parecemos una pareja de recién casados cuando la pego a la pared para pasar mi lengua por su cuello, hablándole al oído y ella en respuesta agarra mi pene para masturbarlo. Nuestras respiraciones incrementan. La deseo.

—Quiero volver a sentirte, Edan —susurra rodeando mi cuello con sus brazos—. De nuevo.

Toco sus sensibles pezones y muerdo con suavidad su hombro. Su cuerpo entero parece estremecerse. Suelta un gemido y de inmediato, levanto su pierna para que me rodee la cintura, al tiempo que acomodo mi pene en la entrada y empujo con lentitud enterrándome en su interior. Un cosquilleo de placer me recorre todo el cuerpo. Se tensa y me aprieta los hombros recostando su cabeza de la pared. El agua cae sobre nuestros cuerpos. Vuelvo a empujar creando un movimiento lento admirando la forma en que sus ojos se cierran y su boca se abre para soltar gemidos.

Ambos disfrutamos. El sonido de nuestros cuerpos chocando entre sí inundando el cuarto de baño. Su interior caliente y apretado, suelto un gruñido incapaz de contener las ganas que le tengo.

—Edan, me está gustando mucho —confiesa volviendo a abrir los ojos. Mi otra mano alcanza la pierna que todavía está en el suelo y la levanto para que me rodee las caderas. Llego más profundo, lo que provoca que suelte un sonoro gemido—. Puedo acostumbrarme a esto.

La embisto más fuerte. Ella parece sorprendida por mi brusquedad.

—¿Segura?—pregunto en un tono ronco.

Sonríe mordiéndose los labios. Me sigo moviendo.

—Por lo visto somos insaciables, —deja un beso en mi mentón—. Te dejaría follarme a todas horas

—Me agrada tu idea —beso su cuello, moviendo mis caderas en su dirección por unos minutos más. Hasta que la temperatura aumenta, mi cuerpo se tensa y descargo todo en su interior reposando mi frente en la de ella.

Se separa poniendo los pies en el suelo. Luego, me da una palmadita en el brazo con una mirada juguetona.

—Bueno, ¿amigos? —su broma no me hace gracia, y llevo mi mano hasta detrás de su cuello para acercarla a mí.

—Ni loco —dejo un beso sobre sus labios.

—Entonces, ¿qué quieres? —susurra.

—Que seas mía, —digo muy seguro, mordiendo su labio inferior— todos los días.

Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora