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Nota aclaratoria: Esta es la continuación del capítulo 28, parte en la que ella estaba huyendo de Fred

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Nota aclaratoria: Esta es la continuación del capítulo 28, parte en la que ella estaba huyendo de Fred. 

Emil

Mis ojos se cierran con horror y Fred comienza a llevarme a rastras hasta un auto. Intento moverme como un pez fuera del agua y recibo una bofetada que me deja aturdida por unos segundos. Mi vista se nubla y siento un sabor metálico en la boca.

—¡Quédate quieta! —la voz de Fred nunca se ha escuchado tan siniestra.

—Fred... —logro formular con dificultad, pero otra bofetada llega a mi rostro y caigo hacia atrás. Mis ojos lagrimean y el sabor metálico se acentúa en mi boca. Me apoyo sobre el mojado concreto de la carretera.

«No hay nadie que me salve de esto».

Mi cuerpo se estremece al escucharlo abrir la cajuela del auto, me sujeta con brusquedad levantándome del suelo y me mete dentro del baúl como lo haría con alguien que ha secuestrado. Lloro con más potencia al ver que no soy la única que ha secuestrado.

En la cajuela también hay un hombre con cinta adhesiva en la boca, con una soga amarrándole las muñecas y con el rostro tan magullado que apenas se puede identificar. El ojo que no tiene tan golpeado se abre en cuanto me ve, también me doy cuenta de que intenta hablar, pero no puedo entenderlo. 

—Ha matado a Carlos y Dante, a este cabrón lo vamos a torturar —uno de ellos suelta cabreado y el rostro de Fred ensombrece.

—¿Qué hay con los otros que andaban con él? —pregunta con la mandíbula tensa.

—Ya nos encargamos de ellos.

Eso es lo último que escucho antes de que cierre la puerta de golpe dejándome a oscuras.

Esto ya no es un Reality Show, esto se ha convertido en una película de terror.

—Así no se suponía que debían pasar las cosas, está mal este libreto —lloro con impotencia golpeando el techo de la cajuela. El hombre a mi lado se retuerce —. Yo debía ir con Alexis, él me iba hacer el favor. Le íbamos a arruinar el negocio a Fred. Dios... —digo cubriéndome la cara —. No puede ser, no puede estar pasando esto. ¿Qué es lo que voy a hacer?

El auto comienza a moverse y suelto un grito. De repente, una música fuerte inunda el lugar y apenas escucho mi llanto. Los idiotas han encendido los altavoces para no escuchar mis gritos.

—¡NO! ¡AYUDA! ¡CRISTO!

El hombre a mi lado me da un golpe con su codo. Mi respiración es un desastre, siento la piel fría y mi labio tirita. Giro el rostro para verlo. Intenta hablar, pero estoy tan desesperada que la pregunta sale como un proyectil.

—¿También van a vender tu virginidad?

Por la oscuridad no puedo verle bien y vuelvo a llorar. Me vuelve a golpear con el codo, a pesar de que esté todo oscuro mueve el rostro, entonces, lo entiendo. Mi mano viaja hasta su cinta adhesiva y se la quito de un tirón. Suelta un quejido.

—La voy a sacar de aquí, señora Miller.

Mi cuerpo entero se congela.

—¿Miller? ¿Por qué Miller? —cuestiono un poco confundida.

—El señor Miller me ha dicho que usted es su esposa.

Mi boca se abre.

—Soy tu guardaespaldas —dice de forma directa. Permanezco unos segundos procesando. ¿Mi qué? Pero...

—¿Y te han secuestrado conmigo? —pregunto dándome cuenta de que esta situación es mucho peor —. Ay, no... y las personas que andaban contigo...

—Están muertos.

Lloro con más fuerza.

—Seguramente somos los siguientes —digo asustada pensando que hasta aquí llegué.

—Eso no va a pasar. Vamos a salir de aquí, primero necesito detener el sangrado. Uno de ellos me ha disparado en la pierna.

«¿Y lo dice tan tranquilo?»

—¡Y probablemente mueras a mi lado! —vuelvo a lloriquear mirando el techo—. ¿Cómo es que estás tan relajado? ¿Te estás desangrando? ¿Dónde? ¿Vas a morirte? ¡Por favor, no te mueras aquí!

—Por favor, mantenga la calma —me dice con la voz serena —. Necesito que meta la mano en mi bolsillo y saque una navaja.

Asiento muy asustada y comienzo a tantear su pantalón, toco algo, pero no estoy segura de que sea eso. Mis manos tiemblan demasiado. Esta situación es horrible, se siente como si hubiera pasado mil años cuando la realidad es que solo han pasado minutos.

—Estás tocando lo que no es, mueve la mano más a la derecha —me dice con amabilidad. Mis mejillas enrojecen y suelto un jadeo avergonzado. Le estaba tocando la entrepierna a mi guardaespaldas. ¡Qué vergüenza! Cuando encuentro la navaja, se la extiendo.

—Voy a necesitar ayuda —extiende sus manos atadas en mi dirección y con dificultad corto las cuerdas.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto cortando la última cuerda.

—Gustavo Espinoza, pero todos me llaman Gust —lo veo rodear su pierna con la cuerda que he cortado para detener el sangrado, su mandíbula se tensa —. No me ha dado en algún lugar importante —me dice al verme tan alterada. Lo veo mover el rostro para escanear todo el interior—. Lo supuse, son unos descuidados.

—No entiendo.

—Se puede abrir desde adentro.

Suelto un suspiro. Seguramente por mi drama no lo habría notado. Se gira en mi dirección.

—Escúcheme, señora —dice en voz baja —. En cuanto el auto se detenga, vamos a correr y no vas a mirar atrás. ¿Me entiendes?

—Tengo mucho miedo, Gust —le confieso temblando, jamás he estado en esta situación—. ¿Y si no es suficiente? ¿Y si me matan por intentar huir? ¿Y si nos atrapan y es peor para ti por haber asesinado a dos de los suyos?

«¡No quiero morir hoy, todavía soy virgen!»

Lloriqueo. Se queda en silencio por mi repentino ataque de histeria.

—No se preocupe por mí, la misión es protegerla a usted—me dice y en ese momento, el auto se detiene —. Es ahora o nunca.

Asiento. Jala la palanca de golpe y la puerta se abre.  




Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora