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Emil

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Emil

Mis manos tiemblan tanto que todas las cajas se me caen. Algo suena a que se rompió en mil pedazos. Todos me observan con horror al notar el sello: Precaución, contenido delicado.

—Ya está —suelta Luis. Es mi jefe en el correo—. ¡Estás despedida! —me grita.

—Señor, lo siento tanto —digo con nerviosismo. No he probado bocado desde ayer, el dinero cada vez alcanzaba menos y ya mi tía y yo nos estábamos desesperando. Racionábamos la comida e intentábamos darle todo a la abuela. Preferíamos pasar hambre nosotras.

Mis manos temblando porque mi cuerpo está pidiendo a gritos que le dé algo de comer, aunque sea un dulce. Y no tengo ni para eso. El dinero que me gané en el club se fue en la hospitalización de la abuela que la agarró un virus y lo demás en medicamentos.

Cada día me veo más y más en un agujero. Tengo mucho miedo de lo que pueda pasar. Le debo dinero a alguien que ya me ha amenazado con hacerme daño sino le pago en seis días.

Salgo del lugar con la cabeza baja. Las lágrimas salen nuevamente, últimamente lo que hago es llorar. Cuando llego a la casa, mi tía me observa con los ojos hinchados. Sé que también pasó la mañana llorando.

—He tomado una decisión radical, Emil —me dice en un susurro —. No tengo estudios, ni preparación para nada, y no me aceptan en ningún trabajo por mi condición en las rodillas...

Sé por dónde va esta conversación y la detengo.

—Tía, prostituirte no es una opción, no podemos caer tan bajo. Ya tuvimos esta conversación.

Ella se sienta en el sofá y se lleva las manos al rostro.

—Es la única opción y lo sabemos.

—Debe haber algo más —le digo limpiando mis lágrimas.

—Ya el dinero no alcanza, Emil. No es suficiente con lo que me dan del seguro médico por mi condición. El dinero que le pasan a tu abuela se va en sus medicamentos y tú ya no estas estudiando. Tienes un soplo en el corazón, en cualquier momento puedes caer hospitalizada.

Me pongo de pie.

—No pienses en eso ahora, vamos a sobrevivir, lo prometo.

—Nadie come a base de promesas—me dice limpiándose el rostro. Ver a Chantel sonriendo era lo mejor, verla llorando, me partía el corazón.

—No lo harás.

—No hay nada más.

—Hay una mansión no muy cerca de aquí, veré si están buscando empleadas —le informo cerrando detrás de mí. Camino por varios minutos.

A pesar de que es de día las calles por las que transito están vacías. No mucha gente camina por estos lugares. Observo el portón desde afuera y en cuanto voy a llamar, un auto se detiene detrás de mí y me giro de golpe.

El color abandona mi rostro, un aire helado se mete en mi pecho al observar la figura de Fred Creveey salir del auto.

—Sube —me ordena.

Tiene el cabello rojo, con algunos mechones que parecen rubios, sus ojos son verdes, cejas pobladas, nariz ligeramente curveada y labios finos. Es muy alto. Lleva ropa casual, nunca lo he visto así, siempre lleva una chaqueta de cuero con el nombre de su pandilla: The Red Ripper. Un maldito nombre elegido en "honor" al asesino serial Andrei Chikatilo.

Su presencia causaba que mi corazón se acelerara. Daba mucho miedo, era peligroso y yo había cometido el peor error en pedirle dinero prestado.

—Ahora —suelta de golpe.

No tengo más opción que subir detrás de él. Vuelve a arrancar el auto. Es un hombre malo, ese es el maldito resumen.

—Me debes mucho dinero —comienza a decir.

—Yo voy a pagarte, déjame compensártelo—me interrumpe.

—No vas a pagarme con sexo —dice apretando el volante —. No sé si eso te funciona con los hombres, pero para mí el dinero es más importante.

Me tenso. El auto se detiene en una luz roja.

—Te has vuelto una mala persona, Fred —digo con miedo.

Y conociéndolo, no me sorprende que extienda la mano en mi dirección y me agarre por el cabello con brusquedad. Me hace daño, pero mantengo el rostro serio. Sus ojos me escanean con mucho odio. ¿Cuándo la persona que un día fue mi mejor amigo se convirtió en esto?

—Vas a pagarme mañana o le haremos una visita a tu abuela.

—No metas a mi familia en esto —digo con firmeza.

—O me pagas o la mato frente a ti —se encoge de hombros soltándome —. Tú eliges.


Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora