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Edan

El sonido que hace el elevador llama mi atención y me pongo de pie. Lenay entra a mi penthouse observando todo con algo de incomodidad mientras avanza en mi dirección. Inmediatamente siento arrepentimiento. No sé qué estoy haciendo.

Ambos parecemos fuera de lugar mientras yo extiendo la mano para saludarla y ella se acerca para darme un abrazo. Al final, no hacemos nada y damos un paso hacia atrás mirando a lugares opuestos.

Esto es demasiado raro.

La sala se suma en un extraño silencio.

«Edan, reacciona».

Sacudo el rostro.

—Gracias por venir—es lo que logro decir luego de unos minutos.

—Agradezco la invitación—se arregla el cabello hacia un lado.

—¿Puedo ofrecerte té o café? —me adentro a la cocina. Cuando me giro, ella sigue de pie completamente tensa—. Siéntate, por favor.

Espero por su respuesta, apoya las manos de la isla de la cocina y frunce el ceño.

—Creo que un té estaría bien.

Asiento y lo preparo. Al terminar, se lo ofrezco forzando una sonrisa.

—Imagino que no te esperabas mi llamada—le digo en voz baja completamente extrañado por mi incomodidad. Normalmente siento rechazo al tenerla de frente, pero esta vez es distinto. Le da un sorbo a su té y deja la taza en la isla de la cocina.

—La verdad no me importa por qué me has llamado, solo me alegra que lo hayas hecho.

Suelto un suspiro. No tenía idea de cómo esto me ayudaría, pero confiaba demasiado en Emil y en lo que conversamos hace unos días. Sobre su dolor al enterarse de la situación en la que se encontraba su hermano. En lo que le costó volver a creer en él y en lo satisfactorio que ha sido para ella ver que su hermano está cumpliendo con todo lo que prometió. Tenía un trabajo, había comenzado a estudiar y se encargaba de la abuela y Chantel.

Acción que relajó un poco a Emil y decidió venir a vivir conmigo con la condición de que se mudaran cerca. Bueno, pues si los quería cerca, he rentado un apartamento para ellos en este mismo edificio, precisamente en el piso dos. Nuvier no quería aceptar porque quería hacerse responsable de los gastos, pero llegamos a un acuerdo en el que, si él quería, podía encargarse de lo demás, mientras me dejara hacer esto por su hermana.

Yo quería hacerlo. Quería darle todo a Emil. Era la única persona en el mundo por la que yo haría hasta lo imposible con tal de hacerla feliz.

Sus palabras siguen rondando en mi mente.

«Cuando perdones, hazlo de corazón, quizás no logres olvidar el daño que te hizo, pero soltarás esa carga y comenzarás a ser feliz, feliz de verdad».

Me lo dijo una tarde en la que mamá intentó pedirme que hablara con mi hermana, pero me negué y Emil notó mi cambio de humor. Me conocía. Sabía que el tema me afectaba, me dolía.

—Quiero perdonarte—digo luego de un rato. Parpadea muchas veces antes de comenzar a llorar—. Quiero soltar esto—señalo mi pecho. Supongo que ella lo entiende porque asiente.

—No sabes lo arrepentida que estoy, Dan—suelto un suspiro, no quiero que me llame así pero no voy a interrumpirla—. Estaba completamente ciega, ciega de amor por él y a causa de eso, yo...te lastimé. Perdí a la única persona que se arriesgó por mí, que me protegió de las manos de ese psicópata. Dios—se cubre el rostro—, siento mucha vergüenza de tan solo recordarlo. Lo estúpida, inmadura y pendeja que fui.

Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora