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Edan

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Edan

No puedo dejar de mirarla cuando caminamos hasta mi auto. Hoy tiene un pantalón que marca sus curvas, una camisa que no le cubre el ombligo y unos zapatos cerrados. Si soy honesto, no puedo dejar de mirar el pequeño arete que hay en su ombligo. Aunque no soy fanático de los aretes en el cuerpo o tatuajes, creo que le queda muy bien.

Borro el pensamiento sacudiendo el rostro. No entiendo lo que estoy haciendo. Se supone que tengo una persona que me espera en Suecia y, sin embargo, aquí estoy pensando en Emil. Estoy muy confundido.

Ella da saltitos como una niña pequeña y me parece muy tierna. Emil podrá tener un carácter insoportable pero su rostro con facciones tan delicadas no refleja nada de eso. Se ve hasta inocente.

Ladeo una sonrisa sin que ella lo note, recordando todo lo que ha pasado entre nosotros desde que la conozco. Mi vida ya no era pacífica o aburrida pues con Emil a mi alrededor, esto se había convertido en una montaña rusa.

Ella me lanza una guiñada cuando nos detenemos frente al auto y abre la puerta del lado conductor.

—Dame las llaves —me dice.

Levanto una ceja extendiéndole las llaves.

—Así me gustas, obediente.

—No te emociones tanto—murmuro con fastidio.

—Tienes que obedecer a tu esposa, Edan. ¿Acaso olvidas nuestros votos?

—No fue real—digo con incomodidad.

—Si para la abuela lo es, entonces, es real.

Subo al otro lado, y observo todos sus movimientos. Ella lanza todo detrás del asiento y se lleva un mechón detrás de la oreja. Respira profundamente.

—Que rico huele —suelta con la voz ronca.

—No tenía idea de que sabías manejar —comento de pronto intentando desviar el tema.

Se me ha endurecido de tan solo escucharla decir la palabra: <<Rico>>.

—Hay tanto que no sabes de mí, cara de tabla—dice de forma juguetona, me tenso.

—No me llames así —suelto molesto.

—Te jodes, así te voy a llamar —ruedo los ojos mirando por la ventana —. Vamos primero a tu penthhouse para cambiarme de ropa.

—Nuestro —por alguna razón le digo eso. Ella parpadea asombrada.

—Yo no pago nada.

—Ustedes...ahora son mi familia —comento encogiéndome de hombros.

Ella suelta una risita. ¿Por qué se ríe ahora?

—Bueno, si no somos marido y mujer pues ni modo, toca ser los primos que se exprimen —mi boca se abre y ella suelta una carcajada estrepitosa. Me llevo la mano al rostro intentando disimular el nerviosismo que me ha provocado ese comentario.

Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora