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Emil

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Emil

Mis lágrimas empañan mi vista a medida que corro por el callejón. El corazón parece que se quiere salir de mi pecho, mi respiración agitada. Corro tan rápido como mis pies descalzos lo permiten. Los cortos mechones de mi cabello se pegan a mi rostro por la lluvia, mi vestido corto está empapado y hace un rato que dejé tirados mis tacones para correr.

No puedo dejar que me atrape, si lo hace, estoy perdida. Suelto un jadeo y lloro al mismo tiempo. Estoy tan asustada.

Esta todo oscuro y el lugar se ve demasiado solitario. Algunos postes sin luz le dan un toque tenebroso al lugar. Miro todo a mi alrededor, coches estacionados, restaurantes o tiendas cerradas, ni un alma transita las calles.

Observo sobre mi hombro, los dos secuaces de Fred vienen corriendo detrás de mí. Acelero el paso, mis piernas duelen. Ambos sueltan gritos o maldiciones.

Doblo hacia la derecha luchando para que me pierdan de vista, pero mi cuerpo se estrella con otro. El color abandona mi cuerpo en cuanto reconozco el rostro. El aire se atasca en mis pulmones, el frío de terror atraviesa mi cuerpo.

—Tú y yo tenemos algo pendiente — suelta con burla —. Huir sin enfrentar tus deudas no es propio de ti.

Es Fred, y por la cara que tiene, estoy segura de lo que va a pasar.

—¡¡¡Suéltame!!! — mi grito es interrumpido por su mano que tiene un guante rojo de esos que tienen la parte de los dedos expuestos. Mis ojos se abren con horror.

— Te dije que ibas a pagarme —dice lanzándome una mirada cargada de furia—. No sé en donde te metiste durante estos días, pero ya no volverás a ver a tu abuela. Te quedarás conmigo hasta la semana que viene.

Me agarra por el brazo haciéndome daño y me mueve con él, pierdo el balance. Lloro con más potencia.

— Si gritas hago que te corten un dedo — amenaza con los labios tensos.

Fred es un maldito demonio sin alma. La manera en que me habla, como si nunca hubiésemos sido los mejores amigos. No entiendo lo que ocurrió para que llegara a este punto, a odiarme como si yo tuviera la culpa de que nuestros padres murieran en un tiroteo.

El recuerdo de un niño tímido con el cabello rojo despeinado y mirada temerosa llega a mi mente. Lo conocí cuando teníamos once años, fuimos inseparables hasta que nos llegó la noticia de lo que pasó con nuestros padres, cuando teníamos diecisiete. Por esa razón me duele tanto lo que está haciendo.

—¿No te hace ilusión que alguien quiera dar un millón por lo que hay aquí? — de forma descarada, mete una mano debajo de mi vestido y acaricia mi entrepierna. Mi estómago se revuelca con asco.

Gruesas lágrimas recorren mi rostro. Ya no tengo escapatoria.

(...)

Doce horas antes

Creer que sí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora