Capítulo 33: Mío y de él

153 5 0
                                    

Venus

Veía en la lejanía cómo el sol se ocultaba detrás de los icebergs y hacía brillar el cielo de un bello color índigo, mientras que acompañándole, las estrellas iban siguiéndole el rastro sin alejarse demasiado de su posición.

Comenzaba a hacer frío poco a poco. Haber estado tanto tiempo en el campo me hizo extrañar la calidez del clima y las nubes decorando el invierno italiano. Por mi mente, corría el pensamiento de que no hacía mucho que, después de practicar gran parte del día con mis poderes, podía recostarme en el pasto frío y húmedo hasta que el sol terminara por ocultarse y la luna me acunara en su regazo.

—¿Anocheció ya?

Una voz ronca, muy cerca de mi cabeza, habló lentamente.

Alexander se esforzaba por abrir los ojos de par en par mientras los últimos rayos de luz dorada hacían resaltar su iris color rubí.

—Siento que dormí una eternidad —dijo, mientras se reincorporaba en el respaldo de la cama y me mantenía unida a él después de haber estado acostada en su pecho toda la tarde.

Estiré mi brazo para alcanzar ese mechón rebelde que se había levantado por la fricción de las sábas y se lo reacomodé.

Él fue más inteligente e interrumpió el camino de mi brazo regreso a mí, tomando mi muñeca y envolviéndola entre su mano para después acercarla a su cara y besar mi palma con delicadeza, acurrucándose en ella después de darle su dosis de amor.

—Me siento celosa de mí misma —musité.

Rió.

Obviamente no dejaría detrás mi cara y mis labios, por lo que se esforzó en compensar la soledad con besos esquimales y caricias sutiles que me hacían estremecer y temblar bajo su tacto.

Ni en mis más remotos sueños me pude haber imaginado estar en el Taller de regreso junto con Alexander a mi lado, estando acurrucados y acaramelados como una pareja normal, pero no me podía quejar en absoluto porque no había disfrutado tanta felicidad en mucho tiempo. Quería disfrutar de esa pequeña parte de comodidad sin que el pensamiento de su muerte me atormentara cada cinco segundos, sin embargo, la temperatura gélida de su cuerpo me lo recordaba cada vez que mi piel rozaba con la suya.

—¿Ya has comido algo?

Guardé silencio y él me miró con una mueca de desaprobación.

No quería admitir que no me había separado de él desde que se durmió por miedo a que no volviese a despertar.

Como si hubiesen escuchado nuestra conversación, unos pequeños duendes entraron cargados de dos bandejas de plata con platos de madera de arce repletos de fruta, carne, galletas y rebanaditas de queso.

Nos dispusimos a comerlo antes de que se enfriara y de vez en cuando, Alexander me lanzaba una uva que caía accidentalmente en mi ojo, haciéndolo estallar en carcajadas y a mí en quejidos de dolor mientras lo golpeaba por haberme herido. 

En esos instantes era sumamente feliz.

Después de disfrutar de nuestra comida, nuevamente nos refugiamos bajo las sábanas acurrucados mientras veíamos por la ventana a la luna que parecía ser testigo de nuestra presencia.

—Jamás creí tener una habitación en el Taller —dijo tomando mi mano y juntándola con la mía como si comparara ambos tamaños; la mía era más pequeña por mucho —, he caído tan bajo que hasta los Guardianes tienen que cuidar de mí.

—Es lo mínimo que podemos hacer por ti —murmuré y entrelacé nuestros dedos finalmente —. Mi mamá me contó todo.

Se estremeció.

Junto A Ti (Jack Frost X Tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora