22.

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Capítulo 22.

Ethen.

Me desperté a eso de las diez de la mañana y lo primero que hice, después de vestirme, fue preparar un par de vasos de zumo de naranja para desayunar. Pretendía salir en una hora de camino de vuelta a Miami, así que tenía que despertar a Amber para que se despertase y se tomase el desayuno antes de ponerme a recoger.

- Preciosa, despierta, tenemos que irnos – susurré acariciándole el pelo para despertarla.

Al primer intento, sus ojos se abrieron y me miró con cara de seguir medio dormida. Aún así estaba guapísima.

- Buenos días Ethen.

- Buenos días, venga, en pie ya – dije separándome de ella y mirando su cuarto -. Por cierto, ¿te has enterado de que hay excursión de invierno en el instituto?

- ¿Cómo?

- Sí, mandaron una comunicación ayer por la noche. Es un viaje de cuatro días a un campamento de cabañas y... quiero ir, y quiero que vayas.

- No sé, ya veremos.

- Tonterías, luego lo hablamos con tu madre y mi padre, ahora vístete que tenemos que irnos.

Salí de la habitación y bajé a la primera planta. Mientras recogía mi cuarto, escuché su voz llamándome desde el salón.

- Dime preciosa – le respondí.

- Vamos a desayunar.

- Desayuna tú, tengo que recoger, tienes el zumo en la cocina.

- Pero es que quiero desayunar contigo.

La ternura que me generó esa frase me empujó a soltar lo que tenía en las manos encima de la cama y salir de la habitación para ir a la cocina a desayunar con ella.

- Bueno, desayunemos.

Ella sonrió al verme y agarró el vaso de zumo de encima de la encimera para después sentarse en uno de los taburetes de la isla. Yo agarré el mío y me senté a su lado.

Desayunamos en completo silencio. Porque a veces no te hacen falta palabras para estar a gusto con alguien, porque a veces no necesitas hablar para que una conversación fluya. Aunque pocas veces y con pocas personas pasa, con pocas personas puedes sentirte tan cómodo como en un silencio con ella. Y nada me hacía sentirla tan cerca como eso. Y puede que fuese precisamente eso lo que había hecho que despertase tanto en mi.

Cuando terminamos de desayunar, ella se quedó recogiendo la cocina mientras yo salía para terminar de recoger el resto de la casa. No tardamos más de media hora en recogerlo todo y bajar las maletas a la puerta.

Volví a subir para revisar que no se quedase nada en ninguna parte de la casa y al bajar la vi apoyada en la barandilla del porche, mirando el paisaje. Podría acostumbrarme a esa vida, a tenerla tan cerca todas las mañanas y vivir así, solo nosotros dos.

Pero no era más que una fantasía.

- ¿Vamos? - ella asintió.

Salimos del porche y no pude evitar mirar atrás para darle un último vistazo a la casa. Ese sitio ya me parecía especial antes de ese fin de semana, pero cuando ella cruzó esa puerta se volvió tres veces más especial. Porque ese era su poder, hacer que todo fuera más especial. Cada sonrisa que me sacaba era mucho más especial que cualquier otra, y ni hablar de las suyas. Cada sitio que pisaba se volvía más especial con su presencia. Estoy seguro de que volvía especiales las vidas de las personas a las que saludaba por la calle solo con el mínimo gesto de saludarles.

Ramé.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora