Capítulo 31

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— ¿Puedes sostenerlo?

Pim preguntó sin darse la vuelta.

Después de unas angustiosas horas de parto, el Dr. Bright estaba al borde de un colapso.

Cargaba al bebé que lloraba en sus brazos, mientras que sobre su espalda estaba la débil madre.

Sin embargo, el peso de madre e hijo parecía haberlo llenado de resistencia, por lo que el doctor respondió con firmeza:

— ¡Sí!

Gun habló en voz baja:

— Esté alerta. Vamos a subir.

Pim estaba al frente, con el doctor en el medio y Gun atrás.

Aprovechando la falta de actividad zombi en el pasillo, corrieron lo más rápido que pudieron.

Aún así, a pesar de haber hecho todo lo posible, el pequeño equipo que estaba decidido a sobrevivir no era muy veloz.

Los pasos arrastrados de los zombis se acercaron y se escucharon gemidos a la vuelta de la esquina.

Los muertos vivientes se acercaban.

— ¡Fuego! — grito Gun.

Pim giró, apuntó y ambos apretaron el gatillo simultáneamente.

El Dr. Bright era un ciudadano acostumbrado a vivir en paz. Conmocionado por la repentina ráfaga de disparos, gritó y, vagamente, pudo sentir que alguien tiraba de él.

Sin embargo, en el ambiente oscuro, con balas volando, no pudo decir si era un humano o un zombi. Todo lo que podía hacer era proteger al bebé lo mejor que podía.

— ¡Corre, corre, corre!

Unos segundos después, el doctor tenía a alguien rugiendo en sus oídos. Era Pim:

— ¡Las escaleras, suban!

Llevando a la joven madre en la espalda, el doctor corrió por sus vidas.

Pim y Gun reprimieron a los zombis con su fuego mientras se dirigían a las escaleras. Pero cuando estaban a punto de subir, la voz de Pim se quebró:

— ¡Aquí también hay zombis! ¡Tengan cuidado!

De pie en medio del pasillo, Gun disparaba sin cesar mientras miraba hacia la izquierda y hacia abajo.

Entre las ráfagas de disparos, divisó a otro grupo de zombis que subían tambaleándose. Los rodearon por ambos lados, tuvieron mucha mala suerte.

Gun manejó su arma, disparando sin parar mientras estaba de espaldas a Pim. Ambos atacaron lo mejor que pudieron hasta que gritó una orden al doctor sin mirarlo:

— ¡Ve! ¡Sube!

Sin embargo, el doctor estaba inmovilizado por cargar a un bebé en sus brazos y a una mujer en su espalda.

Con el fuego ensordecedor de los cañones, y las balas volando por todas partes en la oscuridad, tropezó unos pasos y casi se cae por las escaleras.

Jane abrió los ojos con gran esfuerzo.

Los alrededores estaban envueltos en oscuridad, pero con un estallido de luz proveniente de los disparos, así como un rayo de luz de luna que inundó desde algún lugar, aún podía ver el rostro de su hija.

La bebé era tan pequeña, tan delicada. Su rostro estaba rojo y sus pequeñas manos se agitaban mientras lloraba.

La joven madre sonrió, haciendo todo lo posible por acercarse.

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