𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝒳𝐼𝒱

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    Unos golpes en la puerta de mi pequeña oficina hacen que deje de hacer bocetos del vestido de novia de mi clienta.

—Adelante.

La puerta se abre y el piloto monegasco aparece en el umbral de la puerta. Me mira con una enorme sonrisa y entra en la oficina.

—¿Estás lista, mon amour? —pregunta.

—Sí

Cierro la libreta y la meto en el cajón. Apago el ordenador y me levanto. Cojo el abrigo y me acerco al joven piloto, le doy un beso en la mejilla y él me sonríe.

—¿Qué tal el día? —me pregunta mientras caminamos por los pasillos.

—Cansado —hago una mueca—. Pero Julia me ha dicho que las camisetas del equipo llegarán mañana y esta vez no se van a perder.

Charles se ríe y yo le imito.

—Eso está bien —pasa su brazo alrededor de mi cuello—. Aunque me ha dicho un pajarito que has hecho otra para por si acaso.

—Sí, he hecho dos, pero esas se tienen que empezar a hacer. Las que llegan mañana son las oficiales.

—¿Y para las ignifugas hay algo nuevo?

—Sí pero también se tiene que poner en marcha. Está todo pensado, Charles, cuando tú vas, yo vengo.

—Como Chenoa —dice Carlos mientras viene hacia nosotros.

—¿Eh? —el monegasco lo mira confundido.

—Nada, déjalo —niega el español—. ¿Os vais ya?

—Sí, te la robo un rato —le guiña el ojo.

—A mí no me robas nada —se ríe—. Estamos en horario laboral, en este momento, ella pertenece a Ferrari.

—Qué imbécil eres—el monegasco hace una mueca—. Nos vemos mañana.

Pasamos al lado de Carlos y él me guiña un ojo a modo de despedida. El monegasco y yo salimos de las instalaciones de Ferrari y nos montamos en su coche.

—Vale, cuéntame sobre tu madre —le animo una vez que estamos en marcha.

—Pues a ver, le gusta ir arreglada, no le gusta ir con cualquier cosa, es un poco coqueta.

—¿Estilo?

—Diría que normal. O sea, no es tan formal y elegante como el tuyo —me mira unos segundos—. Le gusta arreglarse solo en las ocasiones importantes, por lo demás suele ir con vaqueros o ropa cómoda.

—Vale —digo mientras subo los pies al salpicadero y él me da un manotazo en la pierna.

—Baja los pies de ahí que me lo manchas.

—Imbécil —los bajo y el piloto vuelve a centrar su atención en la carretera, entonces, aprovecho para volver a subirlos.

—¿Y joyas?

—No le gustan las cosas ostentosas —se rasca el mentón—. Le gusta lo sencillo.

—La ley de la joyería es no llevar demasiadas cosas ostentosas, dan una imagen horrible y desarreglada. En el mundo de la moda, menos, es más.

—Entiendo.

—¿Y se te ocurre alguna idea en concreto?

—¿Qué tal un viaje?

—No es mala idea —le dedico una sonrisa—. ¿A dónde? Que no sea ni París, Santorini o Venecia, que son tópicos.

—Pues no, tonta —me vuelve a dar en la pierna y se queda mirando unos segundos, pero al verme sin zapatillas, no dice nada—. Aunque no sé a dónde, las islas Gili era donde iba a ir con...

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora