𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝐼𝐼𝐼

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Cuando aterrizo en el Bologna Guglielmo Marconi Airport siento un extraño alivio. Tras bajar del avión voy a recoger la maleta y me dirijo hacia la zona de llegadas. Busco con la mirada a Charles, pero no lo veo. «Quizás haya cambiado de opinión», me digo. Salgo del aeropuerto y espero sentada en un banco, pero tras veinte minutos no hay rastro alguno del monegasco. Saco el móvil del bolsillo y lo llamo.

—Lo sé, lo siento—dice nada más descolgar.

—Hola, Charlie —saludo—. ¿Dónde estás?

—No he podido ir —dice—. Me he puesto enfermo y no he sido capaz de levantarme de la cama sin marearme.

—¿Está bien?

—Sí, ahora estoy mejor. He podido dormir un poco hasta que me has despertado. Lo siento mucho, no quería dejarte plantada.

—No pasa nada, llamaré a un Uber para regresar a Maranello.

—¡No! —exclama—. Dame cinco minutos y busco a alguien para que vaya a recogerte.

Antes de poder decir algo, Charles corta la llamada. Separo el móvil de mi oreja y me quedo mirando la pantalla, sorprendida. «¿Qué acaba de pasar?», me pregunto. Dejo escapar un suspiro y miro a mi alrededor. Al cabo de unos minutos, un Ferrari Portofino de color rojo oscuro aparece. El lujoso coche para a mi lado y de este se baja el piloto español. No puedo evitar soltar un bufido.

—¿Tú eres lo que me ha enviado Charles? —pregunto.

—No te creas que me complace estar haciendo de chófer, pelirroja —responde el español mientras pone sus gafas de sol sobre su cabeza.

—Prefiero irme andando antes que montarme en un coche contigo.

Carlos me mira y en su rostro se forma una sonrisa chulesca.

—Aunque me encantaría dejarte aquí tirada, le he prometido a Charles que te llevaría, así que no alarguemos esto más y entra en el puto coche.

—No —respondo.

Carlos frunce el ceño y se cruza de brazos.

—No me vas a montar el numerito, pelirroja. Sube al coche.

—Te he dicho que no —repito.

El español aprieta la mandíbula y hace un gesto de hastío.

—Tengo cosas más importantes que hacer, así que sube al coche de una puta vez, Layla.

—Yo no te he pedido que vinieras a recogerme.

Veo como Carlos aprieta con fuerza los puños.

—Layla, súbete al puñetero coche —dice.

—No.

Agarro el asa de mi maleta y comienzo a caminar en dirección contraria. Escucho como el piloto español suelta un bufido. Intento parar un taxi para ir a Maranello, pero es hora punta. Me giro y veo a Carlos apoyado sobre el coche mientras mira en mi dirección. Incluso desde aquí puedo ver la sonrisa que adorna su rostro. «Esto le divierte. Pues lo lleva claro si se piensa que voy a irme con él», pienso.

—Perdona —un chico se acerca a mi—. He visto que estabas buscando un taxi para ir a Maranello. Yo voy hacia allí, si quieres te puedo acercar.

Dudo unos segundos. Cuando voy a aceptar la propuesta del chico, escucho una voz a mis espaldas:

—Atrévete a subirte al coche de un desconocido, venga —me anima.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora