𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝐼𝒳

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   Carlos y yo nos despedimos de mis padres en el aeropuerto. A pesar de que el abuelo ya está dado de alta y fuera de peligro, no quiero irme.

—Todo va a estar bien —me repite mi madre por quinta vez—. Tienes que volver a la rutina, no puedes quedarte aquí.

—Ya lo sé, pero no quiero que el abuelo nos deje.

—Y no lo hará —niega—. Ya sabes que él siempre dice que va a vivir hasta que no te vea vestida de blanco y yendo hasta el altar.

—Lo sé, mamá —asiento con la cabeza—. Pero con esto que ha pasado ahora, ¿quién sabe si eso va a llegar?

—No pienses en eso —me mira seria.

Me da un beso y me abraza. Mi padre está hablando animadamente con Carlos, y ambos se ríen por algo que ha dicho el español. Me acerco a ellos y me despido de mi padre con un enorme abrazo y un beso en la mejilla.

—Tened buen viaje —nos mira a ambos—. Y avísanos cuando llegues —se dirige a mí.

—Vale, papá —le dedico una sonrisa.

Nos despedimos de ellos para poder pasar los controles. Una vez al otro lado, cuando recogemos las cosas, me fijo en que mis padres siguen en el aeropuerto, nos miran al español y a mí y después, hablan entre ellos.

—Tu abuelo es un hombre fuerte, Ly —escucho decir a Carlos detrás de mí.

Me giro y veo que está terminando de ponerse el cinturón.

—Ya lo sé —lo miro.

—No pienses más en eso, Ly —me dedica una pequeña sonrisa—. De verdad, yo he visto a tu abuelo como una persona fuerte y si ha sido capaz de sobrevivir a dos infartos es que es de hierro. Si lo que me dijo ayer es verdad, podrá verte vestida de blanco.

«¿Qué le habrá dicho el abuelo a Carlos?», me pregunto. Abrazo al piloto y él me da un beso en el pelo. Cogemos las cosas y vamos hacia la puerta de embarque. Nos metemos en la zona VIP para evitar que la gente pueda reconocer a Carlos si es que no lo han hecho ya.

—¿Cuándo tenemos que irnos a Imola? —le pregunto a Carlos mientras saco el pequeño portátil y me pongo a trabajar.

—La carrera es el dieciocho de abril —me explica—. Así que en dos semanas tenemos que estar allí.

—Vale —asiento con la cabeza.

—¿Por qué lo preguntas?

—Por saber.

Carlos, que se encontraba en el sofá de al lado, se levanta y se sienta a mi lado. Pasa su brazo alrededor de mi cuello y, antes de nada, mira a su alrededor para después darme un beso en los labios.

—¿Cómo llevas el equipo? —pregunta mientras dirige una mirada curiosa a la pantalla del ordenador.

—Ya le he pasado todas las medidas de los mecánicos a mi compañera, pero quiero asegurarme bien de que los diseños son correctos antes de dar la orden.

—¿Se tendrán a tiempo para la nueva carrera?

—No, son muchas camisetas y sudaderas, me parece que tendréis que seguir usando el que tenéis hasta ahora.

—¿No se molestará Mattia?

—No creo —le dedico una sonrisa—. Soy su protegida.

Carlos se ríe y me da un beso en el pelo. Continúo trabajando un poco y el piloto se levanta para ir a los baños. Carlos llega a los minutos mientras se termina de secar las manos en el pantalón.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora