𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝒳𝐼𝒱

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    Me levanto corriendo y salgo de la oficina atravesando el pasillo lo más rápido que me permiten los tacones. Entro en los baños y llego justo a tiempo para vomitar. Cuando ya no queda nada, me separo del váter y me siento en el suelo apoyando la cabeza en la pared del cubículo.

—¿Mi amor? —escucho unos toquecitos en la puerta del baño—. ¿Puedo entrar?

—Sí —respondo con un hilo de voz.

Escucho como se abre la puerta y Carlos aparece. Se arrodilla frente a mí y pasa su mano por mi frente.

—¿Qué pasa? —pregunta—. Te he visto pasar como Rayo McQueen por el pasillo y no me ha dado tiempo a frenarte.

Sonrío ante la ocurrencia del moreno y él acaricia mi mejilla.

—Me habrá sentado mal algo del desayuno.

—Entonces me habría sentado mal a mí, hemos desayunado lo mismo.

—Entonces debes estar pendiente —él asiente con la cabeza.

—¿Quieres que vayamos al hotel? —me ayuda a ponerme.

—No, no te preocupes —voy hacia el lavabo y bebo un poco de agua—. Seguro que solo ha sido eso.

—Como quieras —habla detrás de mí—. Si cambias de opinión, solo tienes que decírmelo.

Me termino de lavar las manos y me seco con un papel. Carlos se lleva una mano al bolsillo y saca un pequeño paquete de chicles de eucalipto.

—Gracias —le dedico una pequeña sonrisa.

—No tienes que darlas —niega—. Soy tu novio y si estás mal, debo cuidarte.

Me acerco al piloto y lo abrazo. Carlos me rodea con sus brazos y noto como me da un beso en el pelo.

Salimos de los baños y me acompaña hasta mi oficina. Al entrar, rápidamente me ayuda a sentarme y coge uno de los cojines que hay en el sofá para ponerlo a mi espalda. Sale de la habitación y vuelve a los segundos con un vaso de cristal y una botella de agua. Deja todo sobre la mesa y saca unos caramelos de menta del bolsillo.

—¿También llevas una tienda de campaña? —me burlo.

—La tienda de campaña se me forma cuando te veo desnuda — responde.

—¡Carlos, por dios! —exclamo mientras noto como me sonrojo.

—Me has dejado la broma fácil, mi amor —dice—. Leí en alguna parte que la menta es buena para cuando tienes nauseas.

—No tienes por qué estar pendiente de mí, amor.

—No digas eso —frunce el ceño—. Claro que tengo que hacerlo. Eres mi novia, estás mal de la tripa, tengo que cuidarte. Si no, no sería un buen novio.

—Tonto.

El piloto viene hacia mí, se arrodilla frente a mí y coge mis manos.

—Seré tonto, pero quiero cuidarte —acaricia mis nudillos con los pulgares.

Miro a Carlos con ternura. Consigo librar una de mis manos de su agarre y acaricio su mejilla.

—¿Cómo el piloto gruñón de Ferrari se ha vuelto todo un osito?

—Yo no soy gruñón —niega—. Soy la persona más tranquila que puedas conocer en tu vida.

—No te recuerdo yo como una persona tranquila.

—Eso es porque nos llevábamos a matar y tenía que defenderme —sonríe—. Pero en el fondo ya sabes que soy un blandito.

—Sí.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora