𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝐼

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𝒞𝒜𝑅𝐿𝒪𝒮

 —¡¿Se puede saber qué cojones te pasa, Carlos?! —me grita mi ingeniero por el intercomunicador—. Estás haciendo un entreno de mierda.

—¡No me presiones! —grito.

Piso el acelerador y paso a Stroll. A lo lejos puedo distinguir el coche de Hamilton y aprieto el volante con fuerza. «Hijo de puta», maldigo.

—Tienes Alonso a dos coches, no dejes que se quede con esa posición—me comunica de nuevo.

Miro por el espejo retrovisor y veo el Aston Martin de Stroll detrás, pisándome los talones, pero acelero para evitar que me alcance. El Alphatauri de Gasly se encuentra por delante de mí. El otro piloto francés aminora un poco la marcha, por lo que tengo que meter el freno de golpe y hacer un gesto brusco con el volante. A mi espalda, a través del espejo veo como Gasly y Stroll se chocan.

—¡Joder, Carlos! —gritan en mis oídos.

Consigo adelantar a Gasly, consiguiendo así su posición. Ahora mi rival es Fernando, pero no pierdo de vista a Hamilton.

—¿Están bien? —pregunto refiriéndome al accidente que he dejado atrás.

—La FIA está comprobando que no sea grave. Ha sido un choque y por suerte los coches siguen intactos —responde mi ingeniero.

Charles me saca varias posiciones de ventaja, pero las vueltas del entrenamiento están a punto de terminar. Cuando cruzo la línea de meta, suelto un suspiro de alivio. Conduzco hasta el garaje de Ferrari y meto el coche. Me quito el cinturón, me agarro al halo y me impulso para salir del coche. Una vez fuera, voy a pesarme.

—Todo en orden —dice mi entrenador mientras recoge mis datos.

Me quito el soporte y el casco. Cuando me deshago del balaclava me paso una mano por el pelo. Rápidamente mi asistente llega con una toalla y mi botella de agua. Mordisqueo el borde de la pajita de plástico duro mientras observo el garaje y veo a Layla. La pelirroja se encuentra sentada en uno de los taburetes de los mecánicos mientras mordisquea la punta del bolígrafo y mira algo en su libreta.

—Carlos, no sé qué coño te pasa hoy, pero has quedado octavo, y es una mierda —dice mi ingeniero.

—¿Una mierda? —frunzo el ceño—. He conseguido esa posición por mis méritos, además, es la primera carrera del año y mi primera carrera con Ferrari, aún estoy haciéndome al coche.

—Has estado demasiado lento, mira a Charles —se gira para ver a mi compañero, el cual está saliendo del coche—. Ha quedado quinto.

Aprieto con fuerza mi casco y la mandíbula. Están cuestionando mi forma de trabajar. Siento como el borde se me clava en la palma de la mano y tengo que reprimir el impulso de meterle un golpe con el casco en toda la boca.

—No ha sido una mierda, Rayan —lo encaro.

—Intenta no dormirte en los laureles esta tarde —dice mientras me dedica una mirada severa.

Mi ingeniero se va y lo sigo con la mirada. Cuando me quedo solo, tiro el casco al suelo provocando un estruendo y me siento en mi silla. Me llevo las manos a la cabeza y me tiro del pelo con fuerza. Lo último que necesitaba era que ahora cuestionen mi forma de conducir. Hay días en los que me planteo si ha sido buena decisión dejar McLaren por Ferrari. Y, por si fuese poco, el hecho de que el otro día se me escapara un "Te quiero" a Layla no ayuda a nada. La inglesa no dijo nada, simplemente se levantó, salió del agua y me pidió que abandonase su habitación.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora