𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝐼𝒳

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   Llamo a la puerta de la habitación de Carlos. El piloto tarda unos segundos en abrirla y cuando me ve, una sonrisa se forma en su rostro.

—¿Qué haces aquí? —pregunta mientras me abraza.

—Sorpresa.

—Creí que te quedarías en Pembroke más tiempo —agarra mi rostro entre sus manos.

—Y lo iba a hacer —admito—. Pero mis padres me han dicho que viniese. El abuelo está mejor, y le han dado el alta. Él mismo me ha dicho que debía estar con vosotros, sobre todo contigo. Me has malacostumbrado, Carlos.

—Y tú a mí —me da un pequeño beso en los labios.

—¿Dónde está Charles? —pregunto, cuando entramos en la habitación.

—Se ha ido a tomar algo con Daniel y Pierre —explica—. Yo me he quedado.

—¿Por qué?

—Estaba cansado después del entreno de hoy. Binotto nos ha vuelto a meter caña, dice que debemos quedar en una buena posición en la clasificación de mañana —hace una mueca.

—¿Sigue gruñón?

—Más —hace una mueca—. No le ha hecho mucha gracia el hecho de que nos hayamos ido.

—Es culpa mía.

—Ni de coña te atrevas a pensar eso, Layla —Carlos frunce el ceño—. Charles y yo sabíamos perfectamente las consecuencias que iban a acarrear nuestros actos.

Carlos me agarra de la mano y tira de mi hacia el interior de la habitación. Me quita la maleta de las manos y me coge entre sus brazos para después dejarme sobre una de las camas.

—Te quiero mucho —habla entre beso y beso.

—Yo también.

Carlos me vuelve a besar, solo que esta vez aumentando la intensidad. De repente, se detiene y se separa de mí.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Espera —se levanta y va hacia la mesa para coger su móvil.

—¿Qué haces?

—Avisando a Charles —me mira.

—¿Para qué?

—¿Tu qué crees, nena? —alza una ceja y me mira—. No me gustaría follando y que entre.

—Eres de lo que no hay —niego mientras me río.

Unos segundos después, Carlos deja el móvil en la mesa y viene hacia mí de nuevo. Me coge de la mano y se tumba en la cama llevándome con él. Me vuelve a besar y me pongo sobre él. El piloto pone sus manos en mi cintura y mete su lengua en mi boca.

—¿Me has echado de menos? —pregunto.

—No sabes cuanto —susurra.

—Solo hemos estado separados un par de días, Carlos —respondo mientras aparto un mechón de su pelo que ha resbalado por su frente.

—Creo que nos hemos malacostumbrado ambos —dice.

—Qué cursi eres cuando quieres, Carlos Sainz —me burlo.

—¿No te gusta? —acaricia mi cintura.

—Sí —acaricio su pecho y me inclino para volver a besarlo.

Carlos lo acepta gustoso y me aprieta contra él. Alza su cadera haciéndome notar su erección. Me separo de él, me quito la camiseta y veo como las pupilas del español se dilatan. Pasa su mano por mi cuerpo y, de un rápido movimiento, me desabrocha el sujetador.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora