𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝒳𝐼𝐼

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   —Mattia —me acerco al ingeniero—. ¿Podría quedarme en Imola un día más?

El hombre me mira, pestañea un instante y una pequeña sonrisa se forma en su rostro.

—Claro.

—Muchas gracias —le dedico una sonrisa.

—¿Turismo?

—Sí —asiento con la cabeza—. No he visto casi nada y me parece una ciudad bonita, sería una pena no verla.

—Sin problema —niega con una sonrisa—. Creo que mereces unos días libres.

—Que tengáis buen viaje de vuelta.

Me despido de los pilotos, ya que ellos se tienen que ir a Maranello. Carlos me mira, y en su mirada veo reflejada la impaciencia como si quisiera hacer algo.

—Ten cuidado, nos vemos mañana o pasado mañana —dice Charles mientras viene a darme un abrazo.

—No hagas nada tonto —digo mientras le devuelvo el abrazo.

—Yo nunca hago nada tonto.

—No, claro que no —pongo los ojos en blanco—. No tú ni Carlos hacéis nada tonto.

—¡Eh! —interviene el español—. A mí no me metáis.

—Solo digo la verdad —me encojo de hombros.

El español entrecierra los ojos, pero termina soltando una carcajada. Él se acerca a mi y me rodea con sus brazos.

—Nos vemos en un rato —susurra en mi oído.

No puedo evitar mirarle extrañada. Carlos me guiña el ojo y agarra su pequeña maleta.

Ellos salen del hotel y me quedo sola. Voy hacia la recepción para comunicar que seguiré usando un día más.

—Hola —le dedico una sonrisa a la recepcionista—. Soy la chica que estaba con los de la competición de fórmula uno.

—Ah sí —ella me sonríe—. ¿Ocurre algo?

—Solo quería informar que me quedaré un día más aquí —ella me mira sorprendida—. Sé que esto ya no corre por cuenta de la organización, pagaría el precio por los mismos servicios que he estado usando.

—Tendría que preguntarlo —me mira—. Un momento.

Ella se va y me quedo esperando. Tamborileo con los dedos sobre la madera del mostrador, cuando regresa lo hace acompañada de un hombre.

—El gerente del hotel dice que no habría problema. Siempre y cuando pague por la estancia un día más con todos los servicios —dice el hombre.

—Como ya le dije a su empleada, me haría cargo de los gastos —respondo con un tono lleno de irritación.

—En ese caso, esperamos que tenga una buena estancia —el hombre me dedica una sonrisa por compromiso y se va.

Miro a la chica y ella hace una mueca.

—Lo siento —se disculpa—. Es un poco capullo.

—No te preocupes —niego—. Es un hombre con un puesto superior al tuyo, es normal que quiera imponer su poder.

—Yo llevo aquí unos pocos meses — explica—. Nunca me ha tratado mal, pero no entiendo ese comportamiento.

—La misma razón —me encojo de hombros—. Es un hombre con un puesto superior y que no se fiaba que fueses a poder llevarlo bien.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora