𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝐼𝒳

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Charles me mira con una sonrisa en el rostro mientras se desabrocha el cinturón. Ambos hemos pasado la noche anterior haciendo la maleta y el pobre ha tenido que responder a todas mis preguntas acerca del Gran Premio que se va a disputar. Se nota que está cansado pues de la emoción no he podido casi ni dormir y eso ha provocado que él se desvelase cada dos por tres.

—¿Preparada, Ly? —pregunta mientras me mira.

—La verdad es que estoy nerviosa —reconozco.

—Ya verás como va a ser divertido.

Salimos del coche y en ese momento, Carlos aparece. El español arrastra su maleta con una mano mientras que con la otra sujeta el teléfono. Lleva unas gafas de sol oscuras que ocultan sus ojos y según se acerca, estas me resultan mas familiares. ¿Dónde las he visto yo antes?, me pregunto. El español viste una sudadera blanca con capucha junto con unos vaqueros y unas deportivas blancas.

—Buenos días —saluda cuando llega a nuestro lado.

—Hola —respondemos Charles y yo.

Carlos se sube las gafas a la cabeza apartándose un poco el pelo y no puedo evitar pensar en lo guapo que se ve así. Me muerdo el labio inferior mientras lo miro unos segundos.

—Vamos —me apremia Charles mientras pone su mano en mi cintura.

Vuelvo a mirar al español el cual ha fruncido el ceño levemente y tiene la mirada puesta en la mano de Charles. «¿A caso le molesta?», me pregunto. Los tres entramos en el aeropuerto arrastrando las maletas.

Tras pasar los controles, nos dirigimos hacia la puerta de embarque y ellos entran en una sala. Al ver que no entro, Charles vuelve a por mí, me agarra de la mano y me obliga a entrar en la sala. Ante mi aparece una enorme habitación de color blanco, con sillones negros de piel y pequeñas mesas de mármol del mismo color. Un gran bufet muestra gran variedad de comida para elegir, así como bebidas, entre ellas champán.

—¿Business? —pregunto mientras me acerco a ellos.

—Es lo que tiene trabajar para Ferrari, mon amour —responde Charles con una sonrisa.

Bajo el asa de la maleta y me siento al lado de Carlos. El español se hace a un lado y continúa mirando la pantalla de su teléfono. ¿Qué es lo que lo tiene tan absorto?, me pregunto. Consigo echar un vistazo rápido a la pantalla y es entonces cuando descubro que es lo que le tiene tan interesado: está viendo un partido de fútbol.

—Así que aquí es donde os escondéis —comento mientras vuelvo a observar la enorme habitación.

—Es una forma de no tener que lidiar con hordas de fans —comenta Carlos sin apartar la vista de la pantalla de su teléfono.

—Entiendo...

Charles reaparece con un pequeño plato en la mano con algunos dulces, me ofrece algunos y cojo uno.

—¿Cuántas horas son de vuelo? —pregunto.

—Ocho —responde el monegasco.

Me atraganto con el bollo por lo que comienzo a toser. Carlos me da unos golpecitos en la espalda y veo que me mira con preocupación.

—Ten, bebe —dice mientras me tiende una botella de agua.

La acepto y bebo de su contenido para poder bajar el bollo. Vuelvo a toser un poco y noto su mano aún en mi espalda.

—Gracias —respondo con un hilo de voz. Él niega con la cabeza mientras me dedica una sonrisa—. ¿Cómo que ocho horas? —pregunto tras mirar a Charles.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora