𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝐼

1.1K 63 9
                                    

𝐹𝐸𝑅𝒩𝒜𝒩𝒟𝒪 𝒜𝐿𝒪𝒩𝒮𝒪

 —Fernando —Daniel viene hacia mí—. Está Charles en la puerta, pregunta por Layla. ¿Lo dejo pasar?

Aparto la mirada del iPad y miro al australiano.

—¿Viene él solo?

—Sí —responde con seriedad.

—Entonces sí.

El australiano asiente con la cabeza y se va de nuevo. A los segundos, vuelve seguido por el monegasco. Dejo el iPad sobre la mesa y me levanto.

—Buenos días —saluda serio.

—Buenos días —me cruzo de brazos—. ¿Qué te trae por aquí?

—Me preocupé anoche al ver que Layla no volvía a mi casa.

—Decidí traerla aquí —respondo—. No veía ético que estuviese en tu casa sabiendo que Carlos también está allí.

—Lo entiendo —el monegasco asiente con la cabeza.

—Fue idea mía —interviene Daniel—. Me los encontré y él me contó lo ocurrido —me mira—. Layla no está en condiciones de ver a Carlos.

—¿Cómo está él? —me atrevo a preguntar.

—Mal —responde.

Alzo ambas cejas y hago un gesto de disgusto.

—Tiene los cojones de ponerle los cuernos a Layla y está mal —comento un tanto sorprendido.

—No besó a Isabel —responde Charles.

—Se lo que vi, Leclerc —chasqueo con la lengua—. Y no estaba haciéndole una RCP, precisamente.

—Carlos habrá hecho cosas mal en el pasado pero si él dice que no besó a Isabel, le creo —responde.

—Entonces, ¿cuál es su versión? —pregunta Daniel—. Yo me sé lo que me ha contado él —me mira.

—¿No merece Carlos ser escuchado antes de ser prejuzgado? —Charles nos mira enfadado.

No puedo negar eso. Nadie merece ser prejuzgado, y es cierto que solo tenemos lo que vimos. Carlos está o estaba muy enamorado de Layla, debe tener un buen motivo para hacer lo que hizo.

—No estamos diciendo eso —habla Daniel—. Nadie está prejuzgando a Carlos. Simplemente tenemos dos versiones que resultan ser la misma. Quizás Carlos tenga sus motivos.

—Y los tiene, pero no me corresponde a mí darlos —responde el monegasco.

—Es que no es a nosotros a quien tiene que darlas —hablo—. Sino a Layla.

—¿Dónde está? —en los ojos del monegasco veo preocupación.

—En una de las habitaciones —responde Daniel—. Tuvo que tomarse un calmante anoche para poder dormir.

—Estuvo llorando hasta las cuatro —respondo—. Estuve con ella.

Charles se muerde el labio inferior a la vez que niega con la cabeza.

—¿Has dormido con ella? —pregunta.

—No —niego—. No me aprovecho de la gente indefensa—lo miro con dureza—. Estuve con ella hasta que le hicieron efecto las pastillas y se pudo dormir. Después me fui a mi habitación.

—Vale.

—No tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer, Charles. Y menos a ti, que o eres nada de Layla —niego.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora