𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝐿𝒱

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   Carlos y yo nos quedamos en España unos días. La noche tras la carrera, íbamos a salir de fiesta con el resto de la parrilla, pero me empecé a encontrar mal del estómago y tuvo que decir que no a pesar de que le dije que podía ir sin mí.

Aunque ninguno de los dos salimos, Charles sí lo hizo y por lo que vimos en Instagram, se lo pasó bastante bien.

—¿Cómo estás? —Carlos viene hacia mí y se me sienta a mi lado.

—Mejor —le dedico una sonrisa.

Carlos acaricia mi mejilla y se inclina para darme un beso en los labios para después tumbarse en la cama a mi lado. Miro a través de la ventana, desde aquí puedo ver el exterior, un pequeño jardín que tienen los Sainz en su casa.

Escuchamos el sonido de unas patitas acercándose y es cuestión de segundos que Oli, el pequeño bichón maltés que tiene la familia Sainz, aparezca en la habitación del piloto.

—¡Oli! —Carlos mira a su perrito con el ceño fruncido—. Te he dicho que no podías entrar.

—No pasa nada, Carlos —le dedico una sonrisa—. Me gustan los perros.

Oli, el blanco bichón maltés, ha puesto sus patitas en el borde de la cama y quiere subirse. Lo cojo y acaricio su cabecita. Carlos frunce el ceño y me mira.

—No solemos dejar que se suba a las camas —comenta.

—Ah, no lo sabía...

—No pasa nada —Carlos acaricia a su perro—. Solo viene en busca de mimos.

Acaricio al perrito detrás de las orejas y el pequeño se acomoda en mi pecho. Carlos mira a su perro.

—Oye, Oli —le da un toque en la nariz—. Que es mi novia.

El perrito recoloca su cabeza apoyada en mi pecho y cierra los ojos. Carlos lo mira frunciendo el ceño, pero no puede evitar reírse.

—¿Es muy mimoso? —pregunto mientras sigo acariciando al perro.

—Demasiado, diría yo —Carlos pasa un brazo por detrás de su cabeza y me mira—. Mis hermanas lo tienen mal acostumbrado. Yo soy el único que no le permite algunas cosas, aunque lo quiero mucho.

—Normal, es tu perro —me río.

—También está Piñón.

—¿Piñón? —frunzo el ceño.

—Sí, es un drahthaar.

—Pero, eso es una raza de perro de caza —frunzo el ceño.

—Me gusta la caza —admite—. A mi padre le gustaba y bueno, siempre se crece con eso. Hace mucho que no la practico.

Pongo los ojos en blanco y él me mira.

—Más español imposible, Carlos.

—Sabías donde te metías cuando te fijaste en mí —se encoge de hombros.

—En realidad no —niego—. No aparentas tanto. O sea, se te ve que eres un poco...pijo —bromeo—. Pero supongo que es lo normal al crecer en un ambiente un tanto privilegiado debido al historial de tu familia.

—Yo no elegí eso —se encoge de hombros—. Es la vida que me ha tocado y como me han educado. No soy el típico pijo facha español en el que se piensa cuando se hablan de ellos.

—Yo no he dicho que lo seas, Carlos —acaricio su brazo con mi mano libre—. Solo que un poco pijo sí que eres. Solo tu habitación es igual de grande que mi salón y mi cocina juntos —miro la habitación.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora