𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝐼𝒱

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  —¿Estás segura de eso? —pregunta Binotto con seriedad.

—No lo estaría pidiendo si no estuviese segura —respondo.

—Bueno —Binotto se coloca las gafas y junta sus manos frente a su nariz—. Entonces vete. Es un motivo mayor y no puedo retenerte —niega—. Además, ya tenemos casi las chaquetas de la equipación, ¿no?

—Sí —asiento—. Ya he enviado todas las medidas a la fábrica y mi secretaria me dijo que todo iba a empezar a ponerse en funcionamiento.

—Vale —el ingeniero asiente con la cabeza—. Entonces puedes irte, y tómate el tiempo que necesites.

—¿Y los chicos?

—Podrán sobrevivir sin ti en el próximo premio —sonríe—. Aunque creo que para tu novio no será algo fácil —sonríe.

—Tendrá que aguantarse.

Binotto suelta una carcajada y se coloca las gafas de nuevo. «Empiezo a pensar que no le quedan bien, se pasa gran cantidad del tiempo colocándoselas».

—¿No le dirás nada? —pregunta.

—Lo haré en su debido tiempo, no quiero que se distraiga de lo que debe hacer —respondo.

—Es tu decisión.

Damos por finalizada la reunión y salgo de la oficina del ingeniero jefe. Al hacerlo, me encuentro a ambos pilotos poniendo la oreja. Ellos se separan rápidamente de la puerta y comienzan a comportarse como si no los hubiese pillado.

—Pero ¿qué hacéis? —me río.

—Nada —responde a la vez.

Cierro la puerta a mi espalda y miro a ambos pilotos mientras me cruzo de brazos.

—Sois unos cotillas —me río.

—No, solo intentamos recopilar información no proporcionada —responde Charles.

Intento aguantarme la carcajada ante la respuesta del monegasco.

—¿Por qué estabas reunida con Binotto, mi amor? —me pregunta Carlos.

—¿Nos vas a dejar? —interviene Charles.

En el rostro de ambos pilotos veo preocupación y, en el de Carlos, esta está mezclada con el miedo.

—No —niego—. Al menos no oficialmente.

—¿Cómo que oficialmente? —Carlos frunce el ceño.

—¿Qué está pasado, mon amour? —ahora es Charles el que frunce el ceño.

Suelto un suspiro y agarro a ambos pilotos de la mano para llevarlos hasta mi oficina. Al entrar, se sientan en el sofá y yo me quedo de pie ante ellos.

—Voy a tener que irme unos días a Pembroke —digo mientras me apoyo en el borde de la mesa.

—¿A Pembroke? —Charles me mira con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —pregunta Carlos.

Me muerdo el labio inferior. Dudo unos segundos sobre si decirles o no el por qué me marcho un tiempo. Por una parte, creo que merecen saber lo que ocurre y, por otra, pienso que no debería meterles en esto.

—Amor —habla Carlos—. ¿Qué pasa?

Dejo escapar un suspiro antes de responder:

—¿Os acordáis cuando me fui hace algunas semanas? —pregunto mientras me agarro al borde de la mesa—. Que mi abuelo fue ingresado en el hospital por un ictus...

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora