𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝒳𝒱𝐼

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   Carlos ha quedado quinto en la clasificación de hoy, por lo que estoy bastante contenta por él, pero Charles no parece muy feliz con su octava posición, por lo que los he dejado allí discutiendo.

Caminando por el paddock, paso por delante del garaje de Red Bull cuando veo salir al piloto neerlandés con paso apresurado. El rubio tiene el ceño fruncido y aprieta el borde del casco con fuerza.

—¡Oye! —me grita.

—¿Sí? —miro al neerlandés, un poco confundida, ya que apenas he cruzado con él dos palabras.

—Dile a tu novio que la segunda posición es mía, no de él.

—¿A mi novio? —lo miro confusa.

—Tu novio me ha quitado la segunda posición, así que ya puedes ir diciéndole que mañana ni se le ocurra tocarme los cojones en la pista.

Me quedo unos segundos pensando, hasta que me doy cuenta de que se refiere a Lewis.

—Lo siento, Verstappen, pero debes jugártelo en la pista.

—Mira, nena —agarra de la muñeca con fuerza—. O le dices a tu novio que me ceda la segunda posición o...

—¿O qué, nene? —me zafo de su agarre y consigo encararle—. ¿Qué me vas a hacer?

El neerlandés me mira furioso. Da un paso amenazante hacia mí y siento como me hago pequeña. «No puedo dejar que un tío de veinticuatro años me intimide y mucho menos este».

—O me encargaré de decirle a los de Ferrari que su diseñadora se ve con uno de la competencia.

—Adelante —le animo—. A Ferrari le da igual con quién me vea siempre y cuando no comprometa a su trabajo.

El neerlandés me mira unos segundos. Aparta la mirada, chasquea con la lengua y se va. Sonrío y me doy la vuelta para volver al garaje de Ferrari. Una vez allí veo a Carlos bebiendo agua, mientras habla con su ingeniero, me mira y me guiña un ojo. Noto como me sonrojo y me dirijo hacia el garaje de Charles. El piloto monegasco se encuentra sentado en una de las sillas, con la toalla sobre la cabeza mientras mira a un punto fijo.

—¿Charlie? —me acuclillo frente a él.

—Oh, mon amour—me dedica una sonrisa triste.

—¿Estás bien? —pongo una de mis manos sobre las suyas.

—Sí...

Lo miro a los ojos verdes y veo que tiene la mirada perdida. Me levanto y abrazo al piloto monegasco. Él se sorprende, pero no tarda en rodearme con sus brazos mientras apoya su cabeza en mi pecho.

—No pasa nada, Charlie —le doy un beso en el pelo—. Un mal día lo tiene cualquiera.

—Pero nunca había quedado tan mal —llora en mi pecho.

—Yo sé que mañana lo vas a hacer mejor, estoy cien por cien segura —vuelvo a darle un beso en el pelo y él se separa un poco.

—¿Segura?

—Sí —le dedico una sonrisa.

Charles vuelve a esconder su rostro en mi pecho y me abraza con fuerza. Al separarnos le doy un beso en la frente y en sus ojos veo reflejado cariño.

—Venga, que te invito a algo para animarte —digo mientras me separo del monegasco.

—No tengo mucho ánimo para ir a...

—No era una sugerencia, Charlie —le corto.

El piloto se ríe y termina levantándose. Se va a cambiar y me acerco al garaje de Carlos, el cual sigue hablando con su ingeniero. Al verme, le hace un gesto al madrileño antes de venir hacia mí.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora