𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝒳𝐼𝐼𝐼

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   𝓒𝓐𝓡𝓛𝓞𝓢

La vuelta a Maranello es pesada, pero feliz. Layla y yo acordamos que, por el momento, no haríamos público nada. Aunque para mí, lo primero que haría sería gritar a los cuatro vientos que estoy con ella y besarla delante de toda la parrilla, pero debo respetar su decisión.

He tenido que dejar a Layla en el apartamento de Charles para que dejase las maletas ya que se ha quedado la mía. Yo me dirijo hacia las instalaciones de Ferrari pues he recibido varias llamadas de su parte. Al entrar en las instalaciones, veo a Mattia en la recepción comprobando algo. Al verme, deja de prestar atención a los documentos que estaba mirando y viene hacia mí.

—¡Carlos! —me saluda.

—Buenas.

—¿Qué tal el día libre?

—Bien —me limito a responder.

—¿Vas hacia los garajes? —asiento con la cabeza—. Te acompaño.

Ambos bajamos hasta los garajes. Al entrar veo a Rayan inspeccionando mi coche. Bajo las escaleras y me reúno con él.

—Buenas tardes —saludo.

—Llegas tarde —responde sin mirarme.

—Que yo sepa no tenía ninguna cita—me apoyo con delicadeza en el alerón trasero del coche.

—Tú sabrás como quieres tu coche —se encoge de hombros.

Aprieto la mandíbula y le dedico una mirada llena de enfado A veces, me encantaría mandar a la mierda a mi ingeniero, pero tendría que meter a muchas personas por medio si quisiera cambiarlo.

—¿Cómo ves mi coche?

—Lo veo bastante bien —se limpia las manos con un trapo—. Hemos mirado bien los frenos y nos habíamos pasado al ajustarlos cuando le hicimos el cambio de los discos.

—¿Lo puedo probar?

—Todavía no —niega—. Haciendo la revisión hemos visto que había un problema en el deflector. El aire no llega bien a los pontones.

—Joder, pues menos mal que estaba todo a punto el día de la carrera —comento con un tono molesto

—El día de la carrera no tuviste ningún problema —me cuestiona—. Podría haber influido en algún momento, pero nada más.

—Ya, ¿entonces? —me incorporo.

—El tema de los frenos ya está, ahora nos pondremos con el deflector. Tardaremos un rato, así que vete a los simuladores.

—De acuerdo.

Me acerco a los mecánicos que se encuentran mirando unos gráficos en las tabletas. Ellos me saludan y les comento el tema del deflector, rápidamente, me dicen que se pondrán manos a la obra cuando Rayan les indique, pero lo que me sorprende es ver la confusión en sus rostros. «¿A caso Rayan está manipulando mi coche?»

Subo las escaleras y camino por la pasarela hasta la oficina de Layla, tras llamar a la puerta, entro. La pelirroja me mira desde su escritorio y veo como una sonrisa se forma en su rostro.

—Hola, Carlos —me saluda con una sonrisa.

Cierro la puerta y me acerco a ella. La pelirroja se echa hacia atrás en la silla y se cruza de brazos mientras me mira alzando una ceja.

—¿Qué se le ha perdido por aquí, señor Sainz?

—Tú —me pongo a su lado, giro su silla en mi dirección y le doy un beso en los labios. Ella, al principio, se queda parada, pero me sigue el beso al poco tiempo. Noto que pone una de sus manos en mi nuca y me tira un poco del pelo.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora