𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝒳𝐼𝒳

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𝓒𝓐𝓡𝓛𝓞𝓢

    —¿Se puede saber qué te pasa? —Charles viene hacia mí—. Estás más lento de lo normal, más despistado.

—No es nada —niego.

—Los cojones no es nada —Charles se sienta a mi lado y me mira—. Soy tu mejor amigo y llevamos mucho tiempo siendo compañeros, así que ya sé cuándo te preocupa algo y cuando no. Anda, dime.

—Charles, ¿Crees que es muy precipitado pedirle a Layla que se case conmigo?

—¿Qué? —el monegasco me mira sorprendido—. ¿Casarte?

—Sí —asiento—. Casarme.

Charles me mira y pestañea.

—¿Y estás seguro de que esta vez va a salir bien?

—Imbécil —le pego una colleja—. No me digas esas cosas, que me creas más incertidumbre. Ya de por sí llevo unas semanas pensando o no en dar este paso, sobre todo después de lo de Isabel. Pero merezco ser feliz y merezco no seguir acojonado por si ella me dice que no. Pero aun así quiero saber si es muy precipitado o no.

—¿Tú estás seguro de lo que quieres hacer? —pregunta.

—No he estado más seguro en mi vida, Charlie —lo miro serio—. Ni siquiera con mi ex estuve tan seguro. Además, Layla va a ser la madre de mi hijo o hija. Quiero estar con ella.

—Pues ahí tienes tu respuesta —Charles sonríe—. Te acabas de responder a ti mismo.

—¿Tu crees?

—Sí —asiente—. Estás enamorado de ella y ella de ti. Se os nota a ambos que os queréis y que no podéis estar sin el otro.

—Supongo —asiento con la cabeza.

—Pues ya está, Carlos —él me da un leve apretón en el hombro—. Si lo llevas pensando un tiempo es porque estás más que seguro que ella es la indicada y con la que quieres pasar el resto de tu vida.

—Pues ya está —sonrío—. Voy a pedirle a Layla que se case conmigo.

—¡Ay joder! —exclama Charles—. ¡Una boda, qué emoción!

—Eres imbécil —niego con la cabeza.

—Ya te dije en su día que me pedía ser el padrino.

—Que si —pongo los ojos en blanco.

Noto los nervios apoderarse de mí. «¿Y si me dice que no?»

—¿Cuándo piensas pedírselo? —pregunta Charles.

—No lo sé —niego—. Aunque aún no tengo anillo, por lo que quedaría bastante mal pedirla que se case conmigo sin tener uno.

—Sí, quedaría mal, sí —asiente.

—¿Y si se lo pido al final de la temporada? —propongo—. En el premio de Abu Dhabi.

—Como tú veas —él me mira—. Pero vas a tener que pensarlo todo con tiempo, estas cosas son importante para las mujeres. Y para nosotros.

—También nos merecemos la ilusión del momento de la pedida —me río.

—¿Tienes alguna idea? —pregunta.

—La verdad es que no —niego.

—Si quieres pedírselo en Abu Dhabi, es tu decisión —me mira—. Al fin y al cabo, eres tú el que se va a casar —se ríe—. Yo, siendo sincero, se lo pediría en la intimidad, en un lugar que le gustase a ella.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora