𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝒳𝐼𝐼𝐼

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   𝓒𝓐𝓡𝓛𝓞𝓢

     Abrazo a Layla y sigo moviéndome despacio. Ella suelta un gemido y ladea el rostro permitiendo así que pueda besarla. En esta posición, la siento aún más. No quiero dejarla ir.

—Carlos —gime.

Sigo moviéndome despacio mientras la masturbo con mis dedos. Layla deja escapar algunos jadeos y yo beso su oreja. Sigo un poco más y noto como comienza a temblar. Sonrío y sigo moviéndome. Layla se corre y yo la sigo poco después.

Salgo de ella y entonces, es cuando deposito un beso en su cuello. La pelirroja se da la vuelta y acaricia mi mejilla.

—Te quiero —jadea.

—Y yo —le doy un beso en la punta de la nariz.

La pelirroja se levanta y entra en el baño. Yo abro el cajón de la mesita de noche y me limpio. Intento encestar en la basura, pero no lo consigo. Busco los bóxers y me los pongo. Cuando Layla vuelve, no puedo evitar mirarla.

—¿Hoy no tienes entreno? —pregunta mientras vuelve a meterse a mi lado en la cama.

—Sí —respondo.

—¿Cuándo?

—Pues...—cojo el móvil que está en la mesita y miro la hora—. Hace veinte minutos.

—¿Qué? —ella se incorpora y me mira—. ¿Te has saltado un entreno?

—Pero he entrenado de otra forma —le guiño el ojo.

—No es lo mismo, Carlos —se cruza de brazos.

—Ay, amor —dejo el móvil en la mesita y abrazo a mi novia—. No me digas esas cosas. Quiero estar contigo, no quiero ir a entrenar.

—Te recuerdo que tu trabajo consiste en conducir un coche.

—Y sé conducirlo.

—Ya, pero tienes que hacer entrenos, eso pasa por ser deportista —acaricia mi pelo.

—Porque llegue tarde no pasa nada —pongo los ojos en blanco.

—No, pero ya son veinte minutos —me da un toque en la punta de la nariz.

—Bah, da igual —le dedico una sonrisa.

—No da igual, Carlos —ella hace un adorable puchero.

—Está bien —me quejo—. Ya voy.

Salgo de la cama y voy a coger algo de ropa del armario. Me pongo los vaqueros junto con la sudadera. Me siento para ponerme los calcetines y las deportivas.

—Lo que hace uno por amor —hago una mueca.

—¿Por amor? —se ríe—. Pero si es tu trabajo.

—Pero yo quiero estar contigo en la cama, haciendo nada, no yendo a dar vueltas con el coche.

—Pues haberlo pensado mejor antes de haber querido ser piloto de Fórmula Uno —se burla.

La miro y veo que alza un poco el culo. Me muerdo el labio inferior y voy hacia ella, le doy un azote tan fuerte que me termina doliendo la mano. Me fijo en su nalga y veo que la tiene roja y con la marca de mi mano.

—Carlos —me dedica una mirada llena de advertencia.

—Eso por estar desnuda delante de mí y obligarme a irme a trabajar.

—Prometo estar esperándote aquí —ella se pone de rodillas sobre la cama y me mira.

—¿Así tal como estás? —pregunto.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂 | 𝘊𝘈𝘙𝘓𝘖𝘚 𝘚𝘈𝘐𝘕𝘡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora