1: Last Christmas

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17:17

32 ºF. 

 1: Last Christmas, Wham!

Mantenía una relación disfuncional con el silencio.

A veces lo amaba.

Y otras lo detestaba.

Lo buscaba y lo esquivaba, en función de mis necesidades puntuales. En ocasiones era un remanso de paz, lo que ansiaba cuando me encontraba rodeada de demasiada gente, demasiado ruido o movimiento, cuando el mundo me aturullaba, se me agotaba la batería social y me palpitaba la cabeza. Pero, en otras ... en otras caía sobre mí, me hundía y dejaba boqueando en el suelo, como un bloque de cemento. 

Aquella tarde estaba dentro del espectro tóxico de nuestra relación sentimental. Y joder, me estaba machacando. Porque no era ausencia de ruido, era ausencia, y punto.

La residencia se había ido vaciando durante el transcurso de la mañana y el bullicio habitual que de normal me parecía tan frustrante... había dejado tras de sí una sensación de vacío que se abría por mi pecho. Gia, mi compañera de cuarto, se marchó tras las últimas clases del día. Y así, poco a poco, los demás recorrieron el sendero de piedra y desaparecieron, en un goteo constante de gente regresando a sus hogares, mientras yo me quedé estática, en mi cama, viéndolos marchar, porque... era masoca y revolcarme en mi desdicha personal era uno de los pasatiempos al que más dedicación y empeño había consagrado.

Mis padres solían tacharme de dramática.

Era cáncer, así que, en mi humilde opinión, estaba bastante justificado mi modo de entender la vida. Es decir, yo no pedí nacer siendo una llorona. Solo sucedió, muchas cosas solo suceden... sin un orden de causalidad claro, como los divorcios.

El conocido cosquilleo de la ansiedad se instauró en mi estómago. Seguía luchando mi gesta particular, sin decidirme qué sentimiento debía prevalecer sobre los demás: si el sentirme miserable o culpable por actuar como una cobarde y optar por mentir a mis padres en lugar de afrontar la situación que se daba en mi casa.

O que no se daba, siendo más específicos. 

Debía concederles eso, al menos. Ambos habían mostrado ser adultos medianamente funcionales, manejando el asunto de la separación bastante bien, sin mucho ruido. Y yo también creí haberlo asumido. Pasado pisado y superado. 

Spoiler: no fue así.

Cuando mi madre me llamó para preguntarme que vuelo había reservado, me di cuenta de que... no había reservado ninguno, porque no quería ir a casa y pasar por ese mal trago, no en Navidad. No fingiendo una sonrisa encantadora y soportando su trato cordial, pero... roto y artificial, una carcasa que dejaba el amor al abandonar una pareja consolidada por los años. Un caparazón de cordialidad desprovisto de chispa que me producía náuseas solo de imaginármelo. 

Por eso me invité una excusa terrible y hortera para permanecer en la residencia durante estas fechas. Me dolió un poquito lo fácil que fue convencerla de mi mentira. Pero bueno, eso pertenece a mi vena dada a sufrir porque sí.

Me lo busqué solita.

Y ahí estaba, solísima.

Eché un vistazo al escritorio de Gia, en concreto, a la botella que reposaba mansamente sobre la superficie recogida y limpia. Según ella, se lo habían regalado, pero no podía llevárselo consigo en el avión y su estricta política anti-líquidos. Re - regalar regalos además de cutre es... no sé, feo. 

Me forcé a ignorar su existencia durante un par de horas, con un éxito reseñable. Pero una vez que anocheció estuve perdida, sin ninguna tarea consistente en la que ocupar la mente. Aborrecer aquel sitio no colabora a insuflarme el ánimo y fortalecer mi determinación. Hacía mucho frío. Mucho, mucho, mucho frío.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora